CARLOS «LA LOBA» MONSIVÁIS [O LA HIPERTROFIA DE UNA ZOOFILIA EXCESIVA]


CARLOS «LA LOBA» MONSIVÁIS
[O LA HIPERTROFIA DE UNA ZOOFILIA EXCESIVA]


Pasada la «operación zopilote» y entre los ruidosos festejos fúnebres viene la coronación del intelectual mimado del establishment mexicano. Ha muerto la «Loba» Monsiváis y ha dejado en el desamparo afectivo a su titipuchal de gatos.
Es un momento de mala fortuna y de complejidad emocional para esos pobres animalitos; sobre todo por que la querencia habida era reciproca.
Sin embargo, el «Monchi» fue ruin consigo mismo y con sus propios compañeros gatunos; fue extremadamente descuidado e irresponsable. No bastaba que los más de doce gatos que poseía Monsiváis hubiesen recibido de su dueño todo el afecto y cariño que se pueda prodigar a un animal que se ama.

Pero no se puede vivir solamente de amor, y peor cuando ese amor resulta empobrecido por inconsistencia metafísica. Si se supone que fue tan grande la oleada de arrobos y embelesos que el difunto asesor cultural de Televisa departía entre sus mascotas, porqué ese descarrilamiento del instinto de simpatía.

¿Se trataba de un embebecimiento egoísta? Hipertrofia de una zoofilia excesiva y semejante a la que padecen las ridículas viejas solteronas, arrugadas doncellas desequilibradas, coleccionistas de un sinfín de rarezas, protectoras de animales y recolectoras de extravagantes y exóticas chácharas.

La «Loba» Monsiváis contaba con los caudales suficientes para pagarle a un talachero o talachera y así evitar, y desde un principio, las consecuencias que se le atribuyen como motivo de su viaje al «Masayá»; la causa de su muerte, insuficiencia respiratoria por fibrosis pulmonar, se retrotrae a lo churretoso, fodonguez y dejadez, tanto del interfecto como de su famulla o menegilda.
Lo que en términos domésticos significa hogar vuelto muladar y estercolero por amuchar pelambrera los felinos cuando la sueltan como burundas en cualquier lugarejo en que deambulen o les sirva de aposento.

Cuando ya presentía que le revoloteaban los zopilotes, y nada compungido, don Monsi declaró que su pilonga salud es trisca de su «modus vivendi», y que es el «estado» que el ruco ha escogido como suyo; «estado que quiero tener» —dijo don Monchi— y que, además, «es un desastre». Su fama y su nivel intelectual estuvieron unidos a las condiciones insalubres, y cuyo «motif» fue el desprendimiento natural de pelusa gatuna; última niebla que vio el famado cronista y que le perchó la existencia. Si había peculio en su hacienda ¿porqué no se contrató a un trapeólogo o a una faginera para que hiciera la talacha y, diariamente, pasara la «Koblenz» o la «Ultravac» por pisos y muebles? La impasibilidad ante la deyección de las heces gatunas y otros sedimentos de la dejadez y el importamadrismo marcan la diferencia entre una casa-habitación y un trifolio.

El «neutralizado» escritor, apapachado con la beca que le otorgó la fundación Guggenheim y, valga decir, canjeable anualmente por la mísera cantidad de 80 mil dólares, dejó un séquito de gatos que, inflamados de tristeza y desolación, acabarán tiriciados y perdiendo —tal vez, quién sabe— la primera o la última de sus siete vidas.
Por su aguda sensibilidad, la pandilla de mininos lo esperaran para ronronearle y restregarle sus cuerpecillos por hombros, piernas y brazos, pero el viejo no regresara.

Ergo, no me duele la felpada que dio el míster, sino que me duele más la situación de congoja y el destino que les depara a esos kiris.

Entradas más populares de este blog

DOSSIER CARLOS LÓPEZ DZUR [TROZOS POÉTICOS]

«NUESTRA CAMA ES DE FLORES» O EL AGUACHIRLE SENTIMENTAL CLASEMEDIERO

EVA JORDÁ O EL RE-SENTIMIENTO DE UNA POESÍA QUE SE TRASMUTA EN ANTIPOESÍA