EL FEMINISMO Y SU BAUTISMO DE FUEGO


EL FEMINISMO Y SU BAUTISMO DE FUEGO

Las mujeres no decidieron ser feministas. Su presunta liberación no es más que una concesión burguesa otorgada por el orden establecido. Y precisamente por el orden político militar fueron desarraigadas de su lugar y lanzadas al mercado debido a la depauperización.
A principios de los años cuarenta esta procreadora de la vida fue reclutada como obrera en las fábricas de artefactos de guerra de los Estados Unidos. No habiendo machines que maquilaran los artículos de la milicia, la mujer suplió al hombre que se encontraba en el frente. Ése fue su bautismo de fuego; la muerte misma de la femineidad. Y los derechos que la mujer adquirió se fundamentan en la determinación de agresión imperialista. El estado la chantajeó para que rompiera con el contrato social del matrimonio, y ella creyendo en una supuesta liberación salió de su nicho ancestral.
En Alemania, milicias de mujeres llamadas las rexisas colaboraron con los nazis durante la ocupación de Bélgica. En su necesidad geopolítica de la expansión, el estado como un organismo vivo debía crecer, y la mujer, renunciando al cuidado de sus hijos, coadyuvó redimensionar sus tentáculos; es decir, a preservarlo y protegerlo. Ese fue el fundamento del pangermanismo de Kjellén teórico precursor del nacionalsocialismo.

—Gracias al poder militar las mujeres se libraron del reducto esclavizante del hogar.

He ahí el desplazamiento del instinto maternal: la mujer ya no carga un bebe sino una arma. Por su esfuerzo y sacrificio fue recompensada con los valores viriles, al mismo tiempo que recibía la androginia del ejército. Ahora ya no quiere regresar al lugar donde era una perdedora, un ser hacinado y pasivo a disposición del macho. Por eso nuevamente le repito que la femineidad está muerta. Ahora, sino hay guerra ella será utilizada de otra manera, por decirlo, en los avatares de la moda, en los anuncios comerciales como gancho sicológico o carnada sexual para jalar con lascivia a los potenciales clientes.
Entonces modela en los aparadores, sino es desde afuera, será adentro, bobeando en el shopping. Ahora el poder despiadado del consumismo es quien la denigra. Le arranca el vestido y en calzones y la coloca sobre el cofre de un carro para que anuncie la venta de esos artefactos. Se sube a la tarima y baila poseída por un vértigo de lujuria artificial y cuando termina la pieza recoge del piso los billetes que le lanzaron los borrachos.

—Qué importa dónde pueda estar; en la empresa, en la escuela, en un laboratorio, en un bar, en una sala de masajes. Es un ser colectivo que debe ir hacia adelante en espiral, hacia el progreso.

El momento histórico que la creo y la justificó, dotándola de derechos y poder, hay que nulificarlo, borrarlo de la memoria. Cuando la nueva economía en que hoy vive y para la que vive se depaupere, surgirán otras expectativas y nuevas orientaciones comerciales fijarán el rumbo que tendrá que seguir. Es decir, otros rumbos de consumo, otra ideología que garantice su seguridad femenina.

—A estas alturas, confunde su liberación con la competencia económica. Ése ha sido el signo del feminismo moderno y ahora continúa en la postmodernidad.

El feminismo, como categoría sociológica, es más falso que la sonrisa de un charlatán en plena faena engatusadora. Tocante a que las mujeres no decidieron ser feministas, dice Javier Sicilia, en un articulejo que publicó la revista «Proceso» (edición 1364 del 22 de diciembre de 2002), que «la explotación de la mujer (sea en el mundo indígena o en el mundo posmoderno) se debe a que cuando la economía, como lo ha demostrado muy bien su tocayo Karl Polany en La gran transformación, se desincrustó del orden social en donde convivía complementariamente con otros valores (religiosos, sociales, alimentarios, políticos, etcétera) y se convirtió en el valor supremo, del cual nuestras sociedades modernas son su rostro más acabado, todo, incluso el Estado, se supeditó a ella. Así, quien tiene el poder económico en la familia (semejante a los que tienen el control del poder económico en las sociedades globalizadas o no globalizadas) se convierte en denominador. 'Quien paga manda', dice un espantoso adagio moderno».

—Ergo, el feminismo inconscientemente reproduce el deseo masculino de dominio

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