LA PEQUEÑA BURGUESÍA DEL YETZET CULTURERO



LA PEQUEÑA BURGUESÍA DEL YETZET CULTURERO


«El pequeñoburgués no puede salirse de sí mismo, comprenderse a sí mismo, igual que el imbécil no puede comprender que es imbécil (sin demostrar de esa manera que es un hombre inteligente), por lo que son imbéciles aquellos que no saben que lo son y son pequeñoburgueses los filisteos que no saben que lo son».

Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel


En 1924, durante la crisis política producida por el asesinato de Matteotti, Grasmci analizó los síntomas de la impotencia de la pequeña burguesía para enfrentar el fascismo y que se manifestaban en falsos quejumbros, muy útiles para usufructuar delicadas y graves situaciones. «Se trata en sustancia de un grupo de aprovechados no menos nefastos que los otros, que bajo la máscara de la indignación (…) y en nombre de la "justicia", van hacia el abordaje de las cajas del Estado. El momento es bueno, y naturalmente no hay que dejarlo escapar» [La crisis de la pequeña burguesía].

—Ah, y cuando fingen indignarse hasta se portan como si fueran gitanas legítimas.
—Señoritos de mierda que salen a darse baños de pueblo, restregándole al desmesurado espíritu la unción de la ignorancia y la plañidera cursilería.

Con el devenir histórico y los nuevos trasiegos de la vida, esos escombros mentales han adquirido tonalidades de imagen artística y propiedades de inicua propaganda; símbolos que todavía llevan implícitas la marcas del lloriqueo y las ganancia que les reportan a los hatillos de peregrinadores clasemedieros que se hacen llamar «opinión pública» y en su peor desfachatez “sociedad civil”. Pero lo cierto es que se trata de «la pequeña burguesía y en parte a aquellas capas de la burguesía que, viviendo al margen de la plutocracia dominante, padecen en parte las consecuencias de su predominio absoluto y aplastante en la vida económica y financiera del país» [La crisis de la pequeña burguesía].
Pareciera que la pequeña burguesía no tiene modo de superarse. Sus miembros se creen muy supersensibles cuando hacen ruido con sus trompetas y falsean deliberadamente su nihilismo, pavoneándose en la protesta como descarados esnobistas. Son como los monos enjaulados que buscan encontrar la salida para hacerse hombres; no quieren libertad, solamente una salida, sea hacia la derecha o la izquierda; por donde esté no importa. En el ambiente del «yetzet» culturero aparecen como tipos solidarios que luchan en abstracto por las causas sociales en favor de los pránganas; pero lo hacen sin conciencia de clase, dada su condición clasemediera.

—¿Y qué sucedió con aquella intelectualidad de la izquierda sesentaiochera y setentera que bramaba consignas muy «progress» y anhelaba dar el leninista «salto cualitativo»?
—Pues viraron sus canturreos subversivos, aclimatándose al evangelio neoliberal que empezaba a hacer estragos pasados los años.

Y a partir de esa derrota o seducción, sus «elaboraciones» teóricas se deconstruyeron y «comenzaron a ser producidas en relación y en concordancia con la clase dominante (…) que los nutre y los mantiene luego de haberlos apaleado a su gusto. A pesar de que su discurso representaba aparentemente una trasgresión al orden neocolonial, la clase dominante los conquistó, los sedujo y corrompió de mil maneras y convirtió el discurso de la trasgresión izquierdista en uno de legitimación del orden neoliberal: se les permitió que lo expresasen de manera discursiva, mas no se aceptó que lo convirtiesen en acción transformadora de la realidad» [Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas-Arenas, El fascismo y la vieja intelectualidad venezolana, en Voltaire, Red de Prensa, 22 de septiembre de 2004].

—En cualquier parte todo sigue siendo agua de borrajas.

Tanto en el aspecto socioeconómico y en su dinámica culturosa, la pequeña burguesía se haya condicionado porque así conviene a sus intereses materiales e ideológicos, por una parte, por la política cultural del oficialismo institucional, inducida por la dádiva, la artificiosa promoción mediática y el cuatachismo; y, por la otra, en razón de la incapacidad de lograr por méritos propios abrirse como grupo independiente y proyectarse mas allá de la periferia por medio de sus talentos y virtudes. Su actividad no relumbraría —ni la pueden llevar a cabo— sin la ayuda y colaboración de las instituciones culturales y de sectores dominantes de la iniciativa privada (Conaculta, Coca Cola, Televisa, etc). Sólo así son capaces de hacer ruido y sentirse los protagonistas del ilusorio auge cultural que vive la frontera norte de México, un espejismo que consideran una hecho cierto, sin darse cuenta que se trata de una engañifa más de la oligarquía que detenta y controla rumbos de la cosa pública; y que, dicho sea de paso, considera al trabajo creativo y estético solamente como otra forma de negocio privado.
Como lo corroboran Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas-Arenas, se sabe que los intelectuales pequeñoburgueses se han convertido en «los gestores del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político, del aparato de coerción estatal que aseguraba la sumisión de los dominados. Dicho en palabras de Gramsci, de estar en conexión con los grupos sociales mayoritarios y empobrecidos, pasaron a estarlo con los grupos sociales dominantes; transformándose muchos de ellos de intelectuales orgánicos en técnicos y repetidores» [El fascismo y la vieja intelectualidad venezolana, en Voltaire, Red de Prensa, 22 de septiembre de 2004].
Y, en efecto, los intelectuales son mezquinos porque se ligan al poder, cumpliendo la función de difusores de una cultura abstracta, individualista y de casta. Artistas y escritores viven estrujados por las contradicciones, usando como parapeto la «sensibilidad» y fiados por la una filosofía de «intuición», pretenden estar fuera del rol político. La amalgama de los «orgánicos» es gorda, hay ingenuos, seudoizquierdistas trinqueteros, neutralizados eméritos, relativistas del cinismo y la incongruencia, fantoches de la reivindicación cultural, tribuladores indecentes que se disfrazan de consejeros, etcétera. Monerías variopintas de ayer y hoy, que gracias a la dádiva institucional y la usura empresarial se funden en una sola pieza. Además, como sujetos fetichizados viven el autoengaño de una mística de abstracta personificación, creyendo que son ajenos a la sujeción e intereses de la oligarquía que detenta el poder y controla los destinos políticos de los dirigidos. «Dentro del pensamiento idealista liberal, los intelectuales se consideran ellos mismos como autónomos e independientes de la realidad social. Sin embargo, tal como señala Gramsci, no existe tal autonomía, los intelectuales son, decía el pensador italiano, seres sociales, seres inscritos en relaciones sociales concretas» [Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas-Arenas, El fascismo y la vieja intelectualidad venezolana, en Voltaire, Red de Prensa, 22 de septiembre de 2004].

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