PAULA PEYSERÉ O LA DESINTEGRACIÓN DEL EGO



Entro a mi casa a los golpes.
La puerta de hierro también se hincha con la humedad.
Escalones, mensajes de teléfono, mandarinas,
toallas, camisetas y medias de invierno
negras y de colores no se mezclen para lavar.
No puedo contar todo el tiempo...
Soy una que ordena. Soy otra que se deja ordenar.
Dorian no se decide a refaccionar la gotera:
parece que algo muy pesado hubiera impactado
en la esquina del techo de nuestro dormitorio.
Una máquina de planeamiento urbano que repite
y repite al gotear

esto ya lo sé, Planeamiento...
lo digo parecido y lo pienso cada vez
sólo un poco diferente, pero es un fondo igual...

La gata busca echarse al lado del artefacto que más calor tire.
Acá me acuerdo de Dorian diciendo con razón
«Hay alguien que da y alguien que recibe».
La gata es del segundo grupo; un escándalo por la mañana
y cuando lueve
su plato de migajas concentra el olor del alimento balanceado.
Para el desayuno, vitamina C. Ácido ascórbico en un pote perfecto.
Si quisiéramos clasificar tornillos, clavos y tacos Fisher
usaríamos estas latas de vitamina vacías. Y al lado de las latas
las bolsas de yamaní, arroz integral, burgol;
fila de los alimentos que llevan
más tiempo del habitual en cocerse.

A la tarde viene un tal Alejandro
a darnos el presupuesto para rehacer el techo del patio.
Policarbonato, chapa plegada;
más de novecientas búsquedas en google;

voy a tener suerte
contra la palabra Techista.
Dorian escribe en rojo, con la palma en diagonal,
como tapando, un diálogo aéreo en este momento con Descalzo.
Está al otro lado de la ciudad leyendo la misma novela en fotocopia
pero aplica la trama de la desintegración del ego, Descalzo.
Multiplica la historia en sus amigos
bajo máscaras de próceres chinos y corsarios recorriendo Europa.
Todos los amigos arriba de una mesa
empuñando varas y palos de escoba.
Dorian escribe «¿Acá me tengo?» en rojo.
Tan corto momento en que presiente
está quedando maldecido por un libro que relata
la obsesión de un tipo que lee.
No avanza ni retrocede porque Maldecido
es el tiempo de las inauguraciones eternas.
Corrige: «Va a salvarnos meter mano a un objeto visible»,
acomodar la falsa escuadra en los estantes que se caen,
remojar el repasador en lavandina.
Delinea una parte de su cuerpo en el aire, con el índice.
Unas alas delanteras irrigando hacia los pectorales,
un hueso que sobresale a la altura del esternón.

Paula Peyseré

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