Los redrojos de Alonso Morales



Déjame decirte que las barruntadas que este chaval escribe no equivalen a poesía. Bueno… puede ser que a veces «haiga» un chispazo verdaderamente poético en sus redrojos; pero es como un negrito en el arroz.

Y ¿porqué? Pues porque sus trazas se deben a un cierto estilo que se apropia de las autenticidades ajenas; es decir, a un asunto de subsecuentes repeticiones, de rumiaciones emocionales dichas ya hasta el cansancio.

Lo que se llama estilo es una fisonomía de carácter, fiel a las condiciones que generan la cauda de la sustancia poética; O sea, aquello que resalta en la poesía como actitud de vida singular, como salida catártica que huye de la burda imitación. Imitar es lo de hoy, y esto es lo que hace este chaval para aparenta ser lo que no es. El bato sigue similares pautas y fórmulas aclichezadas que siguen los poetas fraguadores de poemas ociosos, rancios, cursis, decrépitos, caducos, triviales e inútiles. Poetas que creen que la poesía se hace únicamente con palabras, con la pulsación simbólica del «yo». La poesía también es el signo de la vivencia, no solamente un estado de ánimo que se logra con posturas forzadas de lloriqueo sempiterno.

Güeyes como este men han hundido a la poesía en la jodidez; la han transformado en algo que ya no es poesía, en una simple reunión de palabras, en un producto notoriamente estéril en el que prevalece la intrusión de elementos accidentados y fragmentaciones de piezas extraídas estrictamente de fuentes discursivas.

Por eso, a estas alturas del partido, a cualquier farfullador de versitos trapicheros se le legitima con el calificativo de poeta.

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