—Te capearon con la lana, Gilberto —le dice, con un
tonito de efusividad lisonjera, uno de sus acólitos.
—Psssss… Ya me sé la faena, bróder —responde el
Licona, mientras suelta un suspiro que se evapora entre risotadas, carraspeos,
discusiones incoherentes, ruido de botellas y ladridos de un perro (al que su
dueña le advertía por enésima vez que dejara de estar chingando porque sus
invitados no podían tripear a gusto las rolas del Nicho Hinojosa).
—¡Yónatan!, ¿dónde dejaste la vonga y los zig-zag?