Ahora, quienquiera salir de los confines del
ninguneo y subir al pedestal de alabastro o, simplemente, que lo acepten en
determinada cofradía; que le concedan algún espacio para montar una exposición
de pintura o conseguir que le publiquen un libro, es menester, sino se tiene
otra opción, recorrer caminos fecalosos. Y como siempre hay una deuda que
saldar, considerando que la dignidad y la ética se han malbaratado, la
mendicación requiere debutar de cobero, contagiarse de lambisconería y hasta
andar oliendo las erupciones de las nalgas para encontrar cabida en los nichos
y mafias tertuleras. Y, además, sin reparar en gastos, el chiripero debe estar
en la mejor disposición, en grado tal, hasta de cogerse a Dios por el culo.
Todo sea por el anhelo de erigirse en un personaje célebre o, por lo menos,
comenzar a comer con manteca. Ya no importa tanto el talento y camellar como
galeote, pues para armarla en estos lares se depende de los apalabres y el
pitazo de la recomendación en la elección de los ungidos y de los agraciados.
¿Eso significa decir que el arte es incluyente?