¿Acaso quieren que vivamos dándoles mordidas a los libros?

—¡Malditos sean! --les gritan sus conciencias—, han hecho trato con la policía."
—"Se trata de salir en la foto" --contesta el bato, y luego pregunta—:
—¿Acaso quieren que vivamos dándoles mordidas a los libros?"
—¿Están mandando a la mierda sus ideales y principios!" —espetó una de las conciencias y agregó—:
—"Estas jodido, men. Es más decente robar un banco que alquilarte en esa puta caseta de información del Pentágono. Pero tú sabes lo que haces, yentelman."
—"Sí, que te compre el que no te conoce" —dijo la otrora conciencia que enseguida le reclama a la ruca:
—"Y tú feminista sin pancarta, ¿le vas seguir el rollo a este eyaculador precoz? ¿No te das cuenta que sólo eres una amante de ocasión? Mejor, regálale una foto tuya en braguitas y con escotes, y mándalo a dormir a la carraca de doña Soledad."
—"No la hagan tanto de pedo —alega el bato—, pues total, lo que no separa la realidad lo separa la conciencia. Para algo le sirve a la mente la abstracción. Así que al diablo con los pros y contras."
Y es que la pareja después de arder juntos en la hoguera de piel deciden hacer vida marital, ofcors sin acudir a la cita con Melchor Ocampo, quien bastante enfadado esperó inútilmente a los esponsales susodichos para recitarles la epístola del desconsuelo. Ellos nunca llegaron ni la Iglesia ni al Registro Civil, pero sí a infinidad de bares.
—"¡Pero don Melchor está pendejo!".

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