JAIME CHÁIDEZ BONILLA O LOS ELOGIOS DE HOJARASCA PARA EL JORGE ORTEGA



JAIME CHÁIDEZ BONILLA O LOS ELOGIOS DE HOJARASCA PARA EL JORGE ORTEGA


Como si tuviera una importancia colosal a la naturaleza extrínseca de un pueblo alejado de los chismorreos que suceden en las restringidas y herméticas argamacias de la culturilla local, el domingo 9 de diciembre de 2007, en la edición 1801 del suplemento «Identidad», este prostituto del periodismo tijuanense encendió su alcandora para informar que el Jorge Ortega, poeta neometafísico y maromero de las palabras, se doctoró en filología.

Así fue el fulgido embeleso que se canturreó en albricias para el payo que recibió la «distinción” académica:

«EL POETA QUE AHORA ES DOCTOR.-Me llega de carambola esta información y, con gusto, la hago pública. El pasado jueves 29 de noviembre Jorge Ortega, el escritor cachanilla que desde hace rato vive en Barcelona, obtuvo el grado de Doctor en Filología con nota de Sobresaliente Cum Lade por la Universidad Autónoma de Barcelona. El examen, o defensa de tesis, tuvo verificativo en la Sala de de Grados de la Facultad de Filosofía y Letras del campus de Bellaterra. Los cinco miembros que integraron el tribunal fueron especialistas en literatura iberoamericana procedentes de distintas universidades de España e Inglaterra. La tesis, de una extensión de 973 páginas, versó acerca de uno de los pilares del surrealismo…» [y blablablá, blablablá].

—Además, para guarnir su trascendente noticia, el «zopilote doblecara», asume el papel de Pinocho, pues dice que la información le llegó de «carambola».
—Ay, qué prolepsis la suya, al refutar por anticipado los posibles reproches a la red de mentiras que teje. Bien dicen que no hay nada más difícil en este mundo que ser honesto.

La nota del padrotín del suplemento de marras, continúa remojando con baba lambiscona la prez y el laurel del mentado Jorgito, y finaliza con el «copipeist» de unos desfasados versitos inocuos, garrapateados por el poeta cachanilla, cuando su bamboleante cerebro estaba en el trance de las musas.

Cositas y lugares comunes de flemáticos problemas existenciales, guapacheados en retórica impresionista, de verba añeja, sicologista y sin asunto (por ejemplo, mafufaditas como éstas: «Una paloma blanca cruza el foso/de la noche profunda/como un papel alado»; «Cresterías y gárgolas del patio/-bosque tallado en piedra-/parecen atender desde lo alto/el galardón de sílabas ardientes»).

—Vaya manera de morir de plétora.
—Y qué trabajo genial el de Jaime Cháidez, y que adoba como cretinadas para comemierdas en su tribulete dominguero.

Con similar resonancia propangandística a la provocada por el fuñique gacetillero antes mencionado, en la página 5 del semanario «Bitácora», número 559, el miércoles 12 de diciembre se difundió el elogio de hojarasca en favor del agraciado.

—Como si al grueso de la perrada le interesara mucho tal noticia.
—Han de creer que la gente sintiose como Wordsworth cuando le llegó el borregazo que había muerto Robespierre. O, peor, como Halzitt, que a punto estuvo de suicidarse cuando supo que Napoleón fue derrotado en Waterloo.
—Jajajá.

Como si pretendieran enseñarnos el retablo de las once mil vírgenes, quienes regentean los suplementos arriba mencionados, elevan a dato cultural el socoroto de la vanagloria de las principales figuras del «yetzet» culturero. Y en la zona heterogénea donde se superponen en disyuntiva las dos formas de cultura, cada quien escoge la que más le conviene. Cháidez y compañía se inclinan hacia la gurrumina de inquietudes narcisistas, catequizando a los copetones de su secta y gorgoreando mamelucadas sin repercusión intelectual.

Cultura de pacotilla decorativa en el gesto de «apertura crítica» del periodismo de hoy en día. Los accesos temáticos a la literatura se hayan encubiertos por la insidiosa bufonería, el mandarinato de academia y la farfulla de los talentos impostados. Así serpea la falsa lengua chillona de Jaime Cháidez Bonilla, entre chirigota y deleite lisonjero.

—Sólo falta pedir la canonización del estrenado doctor y luego hacerle un altar.

Contando con la servil complacencia, al poeta Jorgito, creador de reliquias de la inteligibilidad y autor los versitos de esquemas fantasiosos que nos ofrece en el disparatario chaideziano, le encanta valerse de la propaganda para iluminar la sombra del monstruo egocéntrico que lleva escondido en su conciencia. Y antes de empeñarse en buscar un poetica propia, dedica su tiempo a enviar su cartelito de autopromoción para que la chusma rufianesca se entere del esplendor de sus «logros» universitarios. Si nos atenemos a la línea ortodoxa de los pápiros informativos, su fantochada hubiera quedado mejor acomodada en la sección de «Sociales», pues en un suplemento que se precia de ser cultural la cosa suena a majadería.

—Pero qué importa, el remilgo de la vanidad tiene cabida en cualquier sitio.

Ya hay pujos de «doctor» en la individualidad del elogiado, y que sirva de ejemplo para aquellos infortunados que no se animan a llegar a tanto. Sin embargo, el asunto tiene una sinonimia que equivale a un zote de aristocratismo güegüeche y a baladronada elitista.

Quiten los trapos sucios que ocultan las llagas y se verán los desechos del alma, proletarizados en lo social. Y si se pone un dedo en más de una llaga, entonces la «onomaturgia trascendental» se desintegra en la inmensa austeridad material y en el embrutecimiento intelectual.

Contrariando las coordenadas, ¿qué provecho habrá de obtener de don Jorge Ortega el pueblo contribuyente y a cuyas expensas fue becado? ¿Pagará con el almodrote infumable de 927 páginas?, ¿o con trabajo en favor de la comunidad en un país con poca tradición democrática y escaso desarrollo cultural? Mediante la ayuda prespuestívora, la autopromoción mediática y las componendas de la jerarquía se adquieren los nuevos títulos nobiliarios y se construyen los privilegios, recibiendo los trozos de la plusvalía que los capitalistas extraen de la estratos pobres en el proceso productivo, sin tiempo para ilustrarse o beneficiarse de los productos de la alta cultura. El populacho, la canalla, la jaquería, muy lejos está de ser retribuida por el doctorcito Ortega, pues el bato, no tiene más providencia que prestar servicio en la alcurnia burocrática de academia o servir en calidad de cortesano estatal.

No hay oportunidades de empleo (o escasean), el ingreso de la mayoría es paupérrimo, los estándares de vida son deplorables, los servicios públicos son magros, uno de cada tres habitantes urbanos no cuenta con recursos o ingresos para satisfacer las necesidades más elementales, mientras el crimen, la impunidad, la corrupción y la ineficiencia laceran todo el entramado social. Pero qué importa que se sigan engendrando infamias, Jorge Ortega ya es doctor y, a costa de los contribuyentes mexicanos, seguirá mamando la chichi del «Sistema Nacional de Creadores de Arte» (SNCA), conciente de su posición social y condición lacayuna en el medio cortesano, de sangre y abolengo.
Ahora, si de algo consuela saciar la sed mental, sería bueno recordar las palabras de doña Susan Sontag:
«Rimbaud ha ido a Abisinia para enriquecerse con el tráfico de esclavos, Wittgenstein, después de desempañarse un tiempo como maestro de escuela en una aldea, ha optado por un trabajo humilde como enfermero de hospital. Duchamp se ha dedicado al ajedrez. Al mismo tiempo que renunciaba de manera ejemplar a su vocación, cada uno de estos hombres proclamaba que sus logros anteriores en el campo de la poesía, la filosofía o el arte habían sido triviales, habían carecido de importancia» [La estética del silencio, página 16].

—Bueno, que ellos sigan poniéndole Jorge al niño, nosotros vamos a chingarnos unos chatos de agualoca.
—Arre.

ponerle Jorge al niño. Hacer el amor o fornicar. Retirarse o marcharse. Construcción: «Ya es tarde, hay que ponerle Jorge al niño» (Voz popular).
Véase: Parchar; Pintar venado; Abrirse.

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