El discípulo de Macedonio Fernández

Nikito Nipongo dice que Borges comía mierda para ocultar su resentimiento. Vale la pena reproducir lo que el destacado lingüista y crítico acérrimo de la podrida Real Academia Española, en su libro Perlas Japonesas, apunta acerca de la agenda oculta del escritor argentino, y nos muestra la deteriorada moral y la vena reaccionaria del discípulo de Macedonio Fernández: "En 1979 se concedió aquel premio a un oscuro poeta griego. Y Borges volvió a lloriquear: 'Sí, ya sé que el Nobel es para Odisseus Elytis. No conozco la obra de ese poeta, pero me alegro de que sea griego' (también lo era Onassis y no por ello había que alegrarse)". Así berreaba don Jorge Luis: "Si alguna vez me dieran el premio Nobel, me sentiría muy contento". Y don Nik prosigue, poniéndonos al tanto de la situación borgiana, y guachen como saca a balcón al bibliotecario argentino: "Al anterior gimoteo le da este remate Borges: 'Pero fíjese, que yo sabía que me jugaba el premio Nobel cuando fui a Chile y el presidente... ¿cómo se llama?' (El entrevistador le sopla: 'Pinochet'). 'Sí, Pinochet me entregó la condecoración. Yo quiero mucho a Chile y entendí que me condecoraba la nación chilena, mis lectores chilenos'... Borges podrá tener muy poca vergüenza; su memoria, en cambio -y lo digo en serio-, se distingue por prodigiosa. Fingir que olvidó el apellido del asesino de Allende no es más que una payasada lamentable. Peor resulta salir conque la condecoración no se la otorgó Pinochet, sino el oprimido pueblo de Chile. Naturalmente que Borges recuerda muy bien el ditirambo que labró en honor del tirano sanguinario, el 22 de septiembre de 1976 (apenas tres años después de la caída de Salvador Allende y de la consecuente destrucción de la democracia chilena). Visitó entonces el palacio Diego Portales de Santiago de Chile, sede de la junta militar, y babeando se dirigió al cerdo de Pinochet así: 'Es un honor ser recibido por usted, general; en Argentina, Chile y Paraguay se están salvando la libertad y el orden.' Basta esa atrocidad, haber exaltado las dictaduras castrenses de su país, de Chile y de Uruguay, con una barbeada a Pinochet, para que los académicos suecos le nieguen de por vida el premio por el que tanto acatarra desconsoladamente." Ni las obras de Borges están exentas de impregnaciones políticas, e incluso en sus conferencias vociferaba paparruchas como éstas: "Las teorías pueden ser útiles para estimular la poesía, por ejemplo, yo no creo en la democracia, es una cuestión estadística para mí (sic). La idea de la democracia, esa extraña idea..." (en College de France, 1983). Cinco años más tarde de haber publicado Historia Universal de la infamia, precisamente cuando los nazis invaden la Rusia estalinista (Operación Barbarroja, 1941), el escritor argentino manda al mercado su libro El jardín de los senderos que se bifurcan, dedicado, por cierto, a su amigocha Victoria Ocampo, admiradora ferviente de Lawrence de Arabia, mercenario al servicio de la corona británica (que algunos mamones lo nombran el Che Guevara del desierto), y de quien la Ocampo tenía una fotografía dedicada, colocada sobre su escritorio en la editorial Sur. Pero ¿a qué viene aquí el nombre de ese cabrón llamado T. H. Lawrence (1888-1935)? Un compinche de atrocidades de otro carnicero llamado Liddell Hart (1890-1970), estratega militar inglés que suprimió el concepto de 'población civil' sin reconocer la diferencia entre soldados y paisanos", inventor de la blizkrieg (guerra relámpago), táctica militar que consiste en usar los tanques como fuerza de penetración profunda en el campo enemigo, cortando las tropas y los suministros (José Steinsleger).

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