Los culturosos nos ponen al
tanto que su misión culturera estriba en ofertar el muy sobado «desarrollo
humano» a través de los «eventos artísticos» que organizan en «pequeños centros culturales» (también enominados «peñitas», «espacios» u «elefantes blancos», o como se les quiera decir); y aunque ladinamente nos dicen quiénes son los destinatarios, es de suponer que sus mengambreas (conciertitos, lecturas, recitales y otras mamaditas) se ofrecen para el gusto de la gente “culta” y “refinada”, y no para
el individuo mundano y macuarro del pueblo llano (taquero, mecánico, maquilera,
taxista, tameme, macegual o meyeque); y que no tiene interés en cultivarse y le apasiona
el chisme, la parlada callejera, la telecomedia, el futbol, etcétera (lo
cual también forma parte del desarrollo humano).
Por
tanto, cuando las rucas y batillos culturosos aluden al concepto de «desarrollo humano», por supuesto que se refieren a la
tradición de casta, es decir, intelectual, abstracta y libresca, acorde con las
motivaciones de las llamadas «capas cultas» y sin difusión para la «masa
inculta» de los estratos bajunos y vulgares.
Es
cierto, «desarrollo humano» es lo que estos fulanetes y fulanetas «ofertan», pero bajo los
postulados de la aristocracia culturera, elitista y clasemediera; necia
diligencia del colorido engaño pequeñoburgués y del circunloquio preciosista.
El esquema dual elite-masa es una forma de falsedad democrática en favor de
individuos cínicos egoístas y corrompidos.
Y mediante el estilo de «desarrollo humano» se reacciona contra la pustulencia
del populacho.
—O sea que para la chinchina: ¿nafin?
— Así es. Nafin yet...
Queliace,
porque —como apuntala el máster Carlos López
Dzur en uno de sus poemas—
«Lo bueno de estos seres uniformes
(el hombre de la calle,
el obrero promedio,
el fulano de tal, el tío, joder,
que es un buenazo)
es que habitan en su esfera,
su circo muy fraterno
compuesto de familia y
vecindario.
¡Y no se meten contigo! pero, más vale
que estés lejos, quieto,
opaco, callado»
[El sospechoso nato].
