Vaya mariguanada de incongruentes y pretenciosos


Hay una infinidad de sandeces, melolengueces o suatadas que ya forman un complejo disparatario teórico por suponer la mafufesca idea de que ciudades como Tijuana, por su situación geográfica de vecindario o mingitorio de los Estados Unidos, constituyen «privilegiados espacios de experimentación». Y parloteando el «cantus firmus» de un cretinismo llano y ritual, corifeos y payasos monocordes —como el Roberto Jiménez Rosique, el Pedro Ochoa Palacios, el Patricio Bayardo Gómez, el Mario Ortiz Villacorta, el Roberto Navarro, el José Vicente Anaya, el Jaime Cháidez Bonilla, el Erasmo Katarino Yépez, el Antonio Navalón, la Diana Palaversich, el Adolfo Nodal, el Alejandro Rodríguez y otros— que palpitan de emoción cuando se tragan y dan a tragar la cábula de que este rancho gigante es una especie de «epítome universal de la cultura y las artes», una «hibridación de múltiples factores socioculturales». Celebran la garrullería de un imaginario «cosmopolitismo» que únicamente existe en sus enfermizas mentes y, asimismo, llegan al extremo sostener como certeza sociológica la barrabasada de que dicho «cosmopolitismo» («efusión de culturas», dicen los mamones), «trasciende condicionamientos de clase, género o raza»; concibiéndose a este territorial culazo como parte un «fenómeno capaz de funcionar como “modelo de alternativa cultural” para el mundo entero».

—Vaya mariguanada de incongruentes y pretenciosos.

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