Uy, sí. Una Tijuana llena de arte. (—¡No mames, güey!)


Uy, sí. Una Tijuana llena de arte. (—¡No mames, güey!)

El arte está hoy abierto a las arbitrariedades y todos quieren ser artistas, poetas, escritores o periodistas culturales. Y la utilería publicitaria sirve muy bien como propaganda mediatizadora para vender, embaucar, atolondrar, manipular, ofuscar y castrar la tesitura lógica, permitiendo que viles descerebrados, neolalistas y diletantes sean encumbrados como auténticos hacedores de arte y productos culturales.

¿En nombre de que marsellesa se predican tales despropósitos? El negocio es falcar extravagancias y maquillar las cosas simples con mafufadas inverosímiles para darse tartarín.

¿Y quienes coadyuvan a promover ese tipo de insensateces? Contradictoriamente los mismos que las cuestionan, siempre y cuando no se trate de los ángeles de su devoción. Y un ejemplo palpable, a parte de otros cretinos de doble cara, lo encarna la persona misma del gacetillero de farándula culturosa Jaime Cháidez Bonilla, mejor conocido como la «Paty Chapoy» de la cultura tijuanense (o el Daniel Bisogno del periodismo cultural, dixit Fidel Ernesto González) [1].

Con la desvergüenza moral que lo distingue y en calidad de cofirmante “indignado”, Jaime Cháidez Bonilla se sumó a disimulo teatrero que el Foro Cultural Ciudadano de Tijuana (FOCUC) desplegó en un manifiesto de fecha 7 de febrero de 2005, el cual contiene este posicionamiento ambiguo y ambivalente:

«Ante la nula tradición critica y de participación ciudadana efectiva en los asuntos culturales, los poderes burocráticos lejos de abrirse a la sociedad se vuelven cada vez más herméticos y rehuyen, inexplicablemente, el diálogo. Eso es lo que ha venido comprobando el FOCUC en su breve vida pública en los meses recientes. Los miembros de este organismo ciudadano, lo suficientemente acreditados como artistas y promotores culturales en Tijuana, reafirmamos nuestro legítimo derecho a participar en los asuntos culturales que nos incumben, realizando para ello una crítica constructiva como desde un principio lo hemos venido haciendo» [Identidad, edición del domingo 13 de febrero de 2005].

Bien dicen que cuando el lobo se harta de carne se mete de fraile. Jaime Cháidez Bonilla, muy campante, se rasca los testículos para hacer suya la anterior displicencia y ha de creer que posee las credenciales necesarias para ostentarse como «promotor cultural», suficientemente acreditado para abrirse al diálogo y dar cabida a la participación ciudadana en los asuntos de la cultura.

Engrudo de letras en un hombre desleal a sus convicciones. Así arregla sus enjuagues la inteligencia alquilada de Jaime Cháidez, mientras a borbollones le brota la hipocresía. Instantánea y vertiginosa es su charlatanería, pues en sustancia ejerce lo que el FOCUC cuestiona y critica: el hermetismo y el monopolio de capilla en favor de la pandilla de merengueros a los que rinde coba. Y, aunque suene literariamente escandalosa, esa es la verdad. El güey magnifica e hincha lo que, por ética periodística, debería de cuestionar. Pero le gana la obstinación cortesana en sus rumiaciones de promotor cultural, relegado al limbo de los lambiscones como ganso del periodismo repetitivo y adulador.
Guachen:

«La reciente versión de Entijuanarte fue un éxito en cantidad, los tijuanenses lo han hecho propio. (sic). Por lo pronto, felicitaciones a todos los que formaron parte de una fiesta colectiva que hizo del Cecut un Zócalo de alegría, de amigos mutuos, del encuentro con extraños que posiblemente nunca coincidirían en otro lugar, pero aquí, en un festival interdisciplinario, todos tienen permiso de mirar, de tocar, de formar parte de una Tijuana llena de arte» [Jaime Cháidez Bonilla, Frivolitos de la olla, Identidad, 1793, domingo 14 de octubre de 2007].

—Uy, sí. Una Tijuana llena de arte.

Vaya metodología para desdecirse de lo que antes se dijo. Ahora, uno de esos poderes burocráticos como el CECUT, que lejos está de abrirse a la sociedad —cada vez más hermético y que rehuye al diálogo— ahora se ha vuelto un “Zócalo de alegría y de amigos mutuos”.

—Qué poca madre.

Con esa serie de farolerías y gazpachos insensatos el autor de «Frivolitos de la olla» y ojete «cordinador» del suplemento «Identidad», “suficientemente acreditado como promotor cultural” y reafirmando su “legítimo derecho a participar en los asuntos culturales que le incumben”, cogido (y bien cogido) por las tenazas del periodismo mercenario, y sin chistar ni hacer pucheros, se suma a la balaca de los poderes burocráticos herméticos, al fruto podrido de las calamidades, inventando desvergonzados trucos teóricos en la intentona de acomodarse en el consenso culturoso con lisonjas de filisteo para no incomodar al aliado.

—Hijo de la chingada.

Qué execrable perorar. Y así quiere dedicar su torcuata y retorcida vida a la promoción del arte y la cultura

—¡No mames, güey!

¿Son esas las nuevas vertientes de su supuesta «crítica constructiva»? La libertad de crítica ya no se funda en el principio de la democracia cognoscitiva. El derecho de oposición y la facultad de refutar subvertir tendencias u opiniones contrarias se suplen por meras macanas de gacetilla finsemanera.

—¡No mames, güey!

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