como charlatanes y mentiroso


Con justa razón la personalidad moral de los intelectuales no es reconocida ni respetada por la chinchina, quien instintivamente, y de modo parecido a una desconfianza jansenista, los mira igual que a los políticos, es decir, como charlatanes y mentirosos. Por su sometimiento a la hegemonía institucional del discurso demagógico, el pueblo los desprecia porque sus propuestas no tienen resonancia en la sicología de la jericaya ni su conciencia compagina con la idiosincrasia de la macuarrada. Y es que si los promotores culturales asumen una tendencia hacia el pueblo, tal acercamiento podría significar, como aseveraba Gramsci, ni mas ni menos que «una recuperación del pensamiento burgués que no quiere perder su hegemonía sobre las clases populares y que, para mejor ejercer esta hegemonía, acoge una parte de la ideología proletaria» [Cuadernos de la cárcel, libro tres, página 120].

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