burocracia cultural o provisión de turismo culturero


No voy a negar que existan en estos lares auténticos promotores culturales, pero la justificación ha de buscarse en el plano empírico y no en la simple vertiente nominal, porque en esta última el calificativo no representa valor alguno. La palabra cultura figura entre aquellas más utilizadas y de las cuales más se ha venido abusando; y el mero hecho de promoverla supone a la vez una forma de propaganda ideológica con auxilio de las tensiones emocionales que proporcionan las bellas artes y el refinamiento estético. Igual que los apologetas que ya no reconocen a su sociedad como capitalista, paralelamente así está la cuestión de la promotoría cultural. No se le pueden ya reconocer sus propiedades ni expresar en su favor una actitud positiva. ¿Por qué? Por los efectos ilusorios que hay detrás de su estructura semántica, además de las divergencias de opinión que se adoptan en cuanto a su función significativa in abstracto. De ahí que al sintagma nominal promotor cultural sea nada más una definición “persuasiva”, motivada más por la metafísica que por el intelecto. Y es que fuera de la concreción ya dada, la definición parece no tener fin y su extensión se utiliza infundadamente, al grado hasta de confundirse con burocracia cultural, provisión de turismo culturero, suministro de clientela a determinados espectáculos, democracia cultural sin pueblo, etcétera.

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