LUIS HUMBERTO CROSTHWAITE • UN ESTILO DE GUSTOS EXTRAVIADOS Y OTRAS NADERÍAS


Jorge Munguía Espitia es un sedicente "crítico literario” que, semana tras semana, amontona confituras en la revista Proceso, y en cuyas páginas deja caer repetitivas cascadas de babas, queriéndonos hacer creer que una perra embarazada es capaz de parir lechones. Y en efecto, de manera tan ladina el mentado reseñista solapero dispara ...ta con frenesí, y sin saber cómo corre el agua, su opinión respecto de la obra literaria de nuestro paisano Lewis Júmbert Crosguait: «Las novelas y cuentos de Luis Humberto Crosthwaite recuperan las maneras de vivir, comer, beber, cantar» [vivo de tres animales..., ta-ra-rá], «amar y morir» [sí, amar y mamar, porque el mundo se va acabar; calaqueando como los caguamos, es decir, arriba de guayabo, o cuitiar bien pasado, por haberse picado la venada con una erre hasta el culo de chiva pura, traída de "Meca de la goma", o sea, de Badiraguato, Sinaloa] «de los de abajo». Y no crean ustedes que la chercha aduladora de míster Munguía para allí, endenantes; pues el chilango reseñista, desconocedor —tergiversador— de la realidad fronteriza, en un estado de conmoción cerebral, y casi a punto de quemar incienso con olor de violetas africanas, se hincha de pasión efímera —la que, por cierto, le es ajena— dejando caimán sobre la nuca de los despistados leyedores. Y esta la tomadura de pelo con la que, diatiro se pasa de riatas: «La gran fidelidad lograda es producto no únicamente de la imaginación y el oficio, sino de la actitud del escritor que lo ha llevado a estar en permanente contacto con obreros» [¡sí, señor!; los trescientos sesentaicinco días del año vemos a LHC en las afueras de las maquiladoras de la Mesa de Otay, agarrando cura y compartiendo vivencias con los explotados proletarios], «emigrantes» [¡sí, todos los paisas y pollos, arremolinados desde el Cañón Zapata, en la Líber, hasta la Dairy Mart, en San Ysidro, saben quién es Luis Humberto; ¡joder!], «cholos» [que, por cierto, ya casi no hay; y los que quedaban se volvieron metrosexuales o los acaparó el excachorro del Jorge Bustamante, es decir, el “Cholólogo” Manuel Valenzuela, por que ellos —o sea, los cholillos, no los investigadores ostiones antes mencionados que se dedican a folklorearlos— están en vía de extinción, iguanas como estaban la vaquita y la totoaba], «cantores» [¡uuuy!, qué pasado de riatas, pues el único que yo creo que conoce al Crósguait ha de ser el panzón Gume Vidal, porque los rascaguirnaldas y tololocheros, parquiados en la Plaza Santa Cecilia de este culo de San Diego, ni fu ni fa], «prostitutas» [¡redíez con estas suripantosas!, de cincho, han de ser las putillas incultas que desprestigian la literatura con sus diletantismos panocheros al abortar galimatías tremebundos, porque las paraditas del Cagüilón ni en el mundo lo hacen] «y drogadictos de la frontera» [claro, empezando por los morros tinacos, mocochangos, tacheros, chemostriles, artanes, captagones, robotriles, reinos, morisquetos, jaiporrones, cocodrilos, peyoteros y un longo etcétera de locochones, sin contar a los saicos que ya se quedaron encaramados con tanta mierda, o los superlocos que ya cuitiaron por andarse golosiando con la loquera que rola]. Al reseñista Munguía Espitia nomás le faltó mencionar a los pulmones y mayates [¡ah!, y a los padrotes, olso]. La esponjosa mafufada que, en horas de pereza mental, fragua ese pillín camelero del Jorge Murguía Espitia, no es más que una cretinada tendiente a embaucar mirones. El mampirri, o ignora la realidad, o bien —mejor dicho mal— pretende dar pellejo por chuleta cuando afirma que la narrativa del Crosthwaite recupera las maneras de vivir, comer, beber, cantar, amar y morir de "los de abajo" y que su "actitud" lo ha llevado a estar en permanente contacto con obreros (¡jaja!) y emigrantes (¡jojó!), campesinos (¡jijí!), cholos (¡jujú!), cantores (¡jijú!), prostitutas y drogadictos (¡jují!). Pobre batillo, no sabe el güey que Luis Humberto es ajeno a todo ese pedernal, pues su relación con la clica de nivel macuarro es tan lejana como la distancia que hay entre Tijuas a Yucatán; a no ser que con tal verbena salivosa se refiera al "contacto permanente" que el escritor tijuanense mantiene con su chacha.

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