EL POETA QUE ARRASTRA LAS PATAS


Nadie puede negar el éxtasis que experimenta «el poeta que arrastra las patas» cuando, en tertulias y centros de reunión social, se foguea con tipazos como el Bruno Ruiz, el Rafa Saavedra, el Erasmo Katarino, el Pancho Morales, el Luperco Castillo Udiarte, el Tijuana Gringo, el Juan Carlos Reyna (a quienes, antes de obtener membresía en el forúnculo «Apancho y laurel», no bajaba de batos vergueros, mecos y puñeteros) o con excelsas poetizas como la Aída Méndez o la Petra Bonilla (y a quienes, antes de obtener la membresía de «apancholaurelero» no bajaba de viejas piratonas y putañeras). Más que poeta, este charanguero posee el egregio mérito de ser un besamanos, un chupapollas y un zampaboñigas. Y desde que se convirtió en un detractor de «El Charkito», la «práxis» de su apostolado —de arribismo ideológico-político y repugnante justificación de doble moral— se ha desarrollado casi al último extremo como una especie de «causa sui» de sus propias actitudes (políticas, religiosas, morales, estéticas), perfiladas en deslealtad, charlatanería, oportunismo, pusilanimidad, exacerbada lambisconería y demás lacras y patologías.

—Como quien dice, todo un gañan que no respeta ni cumple los sacramentos que jura en voz alta.

Y en cuanto a los dizque poemas que escribe, los fundamentos de su lirismo son muy angostos, la forma literaria descuidada y los versitos que contienen se hayan alimentados con la culequera más deslavada del romanticismo. En vuelco de sensiblería, el poetastro junta las palabras y va escribiendo lo que se le viene en mente; y, así, por medio de notitas descriptivas, producto de sensaciones visuales y boberías que lo turban y lo emocionan, se ciñe el objeto de la lírica.
En definitiva, se trata de composiciones hinchadas de naderías y de cursilerías extremadamente patéticas. Guachen el baladro de quinterías que enseguida copio:

MEJOR

los relámpagos de tu hermosura me han dejado moribundo destellos de belleza coros del cielo que anuncian tu destreza movimientos celestes fotos con el flash del mundo cuando miras el cielo se ilumina con tu sonrisa y la noche parpadea como un ciervo sorprendido los canes aúllan y yo prefiero contestarles con silencio

Juan Martínez http://deljuan.blogspot.com/

—¡Ay, miren cómo le salen los versitos al pillete!

¡Pero qué tontería! Ahora resulta que dejan también yertos de moribundez, no solamente las acciones de los sicarios, de los matones, de los maridos golpeadores, los accidentes automovilísticos, los atropellamientos, las picaduras de alacranes, las enfermedades y las guerras, sino los «relámpagos de la hermosura». El refitolero debe haber sentido que esos «relámpagos» de «hermosura» le picaban el corazón, le tostaban la mollera, le quemaban el rabo y casi lo mandan a velorio. La belleza inextricable es la que está a punto de causarle la muerte al cachichán hacedor de triviales versitos; «los relámpagos de tu hermosura me han dejado moribundo». Y esparciendo estos vahos se llega a ser poeta: «destellos de belleza», «coros del cielo», «movimientos celestes» y gua-gua-guá. Y entre todo ese chorizal de lugares comunes, ni guiñapo de auténtica poesía que sirva para cubrir el alma; únicamente pellejuelos de puerilidades; síntomas de un trabajo poetizado muy a la brava, de tonalidades y ritmos baratos. No hay manera de engañar a la poesía, a su fuerza contenedora no se le enmascara con expresiones verbales de una voz falsa e imitadora y en la que no subsiste un mínimo de dirección en el sentido de la disposición que debe tener un buen poema. Pero aquí la transfiguración lírica, injertada de misticismo, estalla en incoherencias soltadas a boca-jarro: «cuando miras / el cielo / se ilumina con tu sonrisa / y la noche parpadea / como un ciervo sorprendido».

—¡Qué maravilla! El símil habla de un «un ciervo sorprendido» que «parpadea».

Habrase visto semejante idiotez; ésa de que un ciervo sorprendido (y, por ende, asustado) puede parpadear. La saturación emocional encara lo que la razón debería de dictarle a la conciencia; pues, ni el venado, ni la gacela, ni el ñu, ni el conejo o la liebre, estando en tal situación de “sorpresa” no pueden reaccionar parpadeando ante tal estímulo.

—A veces, ni siquiera las chamacas de mirada pizpireta hacen eso; se quedan pelando tamaños ojotes. Pero... en fin. Pasemos a otro rollo.

De los arcanos de la confusión surge un mundo de «hiperconciencia», un espíritu que se potencializa como objeto (una sonrisa hace que el cielo se ilumine y que la noche parpadee); transposiciones sin fondo real, signos de negación como determinaciones arbitrarias de un mecanicismo metafísico que muda a idealismo místico platónico, y viceversa. Se trata de un círculo viciosamente repetitivo en el que, instantáneamente, el objeto pasa a ser sujeto (la noche que parpadea) y luego el sujeto se convierte en objeto (la hermosura que deja moribundo), y así sucesivamente.

—Además de un zaratán de cursis miriñaques y zalamerías chabacanas, ¿qué se ofrece con esas imágenes?

Un extrañamiento del hombre que, como poeta (y que arrastra las patas), ensimismado por la inercia de sus sentidos, por la conciencia enajenada, acaba expresando solamente las fantasías e ilusiones de un paraíso enajenado. Y esta enajenación de los sentidos, en términos de «ensimismamiento» —afirma el máster Revueltas— no únicamente se refiere a la incapacidad de inteligir, sino a la imposibilidad de activar la imaginación real de los sentidos; siendo «el acto que permite transformar la memoria en una creación libre del espíritu: una sinfonía, un poema, una ciudad; imaginación que «ha sido realmente mediatizada por la ilusión sensible de un conocimiento extraviado en las cosas, y él mismo cosificado en ellas» [José Revueltas, Dialéctica de la conciencia, en Obras completas].

El último berrido del poema finaliza con este coto de debilidad mental: «los canes aúllan y yo / prefiero contestarles con silencio». Pobres perros, ni golpeando la puerta van a hacer atendidos. Es más, ni siquiera ejerciendo la «perrogativa» constitucional —que establece el artículo 8 como derecho de petición— van a recibir respuesta.

—O sea que el bato canta con voz sorda.

Un hombre que no tenga güevitos y dignidad en el momento preciso de retachar copa, fácilmente puede convertirse en objeto de desprecio y ridículo; porque contestar con silencio, consabido está que significa no contestar.

—Y, a propósito, esos perros, tú; ¿no serán «Luzbel» y «Belial»?

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