LUISA FERNANDA LINDO



Replegar las palabras, volverse
silencio. Repetir las formas sin
caer en el error de la copia. No
ser siquiera la imitación de otro.
Todo se torna extraño, todo
se torna lo mismo. Yo, sumergida
en la ciudad abandonada, presa de
historias que ya todos olvidaron
menos yo, que me fui y me quedé
en un tiempo suspendido.
Me fui quedando, y quedo en
fantasmas. Quedada es aquella
que se deja estar. Quedada también,
la que se fue jurando no regresar.
Ahora el espejo roto, y mi
empecinamiento por reconstruir
una imagen astillada.
El silencio está hecho de mentiras.
Pero no me convenzo. No puedo mentirme.
No puedo adherirme al silencio.
Hipotecar mi palabra y vestirme de otra.
Alguna vez alquilé frases hechas, habité
lugares comunes y vendí baratijas. Ahora,
no perdono el hecho de sentirme embaucada
en casas sin techo, en donde suenan objetos
hechos de vitreaux. El vidrio me lastima.
Duele el vidrio soplado. Siento vértigo
de adentrarme en la feria de objetos artesanales.
Hecho en casa. Hecho a mano. Hecho mierda.
Desecho.
Y me despojo de todas las palabras que
aprendí en los libros del mostrador de vanidades.
Una sola palabra te legitima. Una palabra te nombra.
Uno mismo se nombra, se llama,
pero no voltea.

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