Examinemos por encimita cómo ciertos inquisidores disfrazados de exegetas «sui juris» se pasan por los tanatillos de la señora Leda el "sacrosanto" derecho de discusión e información (eso sin contar que usurpan atribuciones exclusivas de la Secretaria de Gobernación, quien —dicho sea de paso— es la autoridad competente en asuntillos de tal calado).
Así, desparpajadamente se habla de "sanción", de "la moral y las buenas costumbres", de principios "axiologicos", de acciones "obscenas", de escenas "perturbadoras", entre otras paparruchas que ya apestan a mojigaterías e hipocresías deslavadas. La reconstruccion de lo acontecido es historia o arte; y si la historia ha sido suprimida y alterada, entonces qué se puede esperar ya a estas alturas de la congoja donde el silencio también es un proceso discursivo. O sea, la teoría del caracol que penetra por el oído para escuchar al «otro» por un camino circular.
La porvenir es sólo la idea de ser «otro»; pero ese «otro» puede ser un caradura que —en mutua pertinencia con la indigencia mental y la ignorancia histórica— se dedica al oficiar la pulcritud moral, el recato y la decencia. Se trata de una función redefinidora de las apariencias ilusorias, un asunto de muchas ronchas porque en los avatares del dominio cultural se arraiga como una forma de represión subyacente que reivindica los valores tradicionales y otras antiguallas moralizantes. Figura de primera línea es el censor posmoderno, teórico del postindustrialismo que hace suyos los «juegos del lenguaje» wittegesteiniano, la fijación de los registros lingüísticos para encasillar, apartar, parcializar.
Pero en la vida hay más experiencias que lo expresado, que lo transcrito como falsas disyuntivas, como recortes sinuosos, como parámetros que sofísticamente evalúan las idiosincrasias. Se injertan conceptos que ya no tienen significado, fórmulas que son expresiones del fetichismo. Proceso de mimetización de la ideología dominante, ubicuidad de las cosas para esconder su marca de factoría, su estatuto ilusorio.
Y en una realidad social —tributaria de la resemantización— se han infundido creencias y actitudes que no son otra cosa que charlatanerías cultureras, es decir, desvergonadas calcas de los discursos de la compañías trasnacionales (como el monolítico discurso seudoizquierdista de la Coca cola. Así,el apologeta y organizador de las mentalidades favorables a la acumulación del poder, mediante sus filtros y catalizadores diluyentes, fingiendo ingenuidad beata, nos enseña el camino de Damasco; nos define lo que es tolerante, lo que es ecológico, lo que es obsceno, lo que es encomiable.
Palabra y realidad ya no concuerdan.
«Todo lo que escribo está cargado de dinamita. Mientras tenga fuerza y entusiasmo cargaré mis palabras con dinamita. Sé que mis verdaderos enemigos, los tímidos y los arrastrados, no se enfrentarán a mí en un combate justo. Sé que la única forma de entrar en contacto con ellos es alcanzarlos desde dentro, por el escroto, tiene uno que subir por dentro y retorcer sus sagradas entrañas» Henry Miller
Francisco Morales en la dote cultural de nuestras miserias locales
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