EL ROBERTO CASTILLO UDIARTE O LA POESÍA COMO ANUNCIO INSUFLERO



EL ROBERTO CASTILLO UDIARTE
O LA POESÍA COMO ANUNCIO INSUFLERO



TU POESÍA ESTÁ DE LA CHINGADA

         En la página 6 del fanzín «Arte de vivir», correspondiente a la edición del mes de noviembre de 2006, aparece publicado un texto del Luperco Castillo Udiarte que, supuestamente, es un poema; mismo que no contiene título y al que le rebuzna esta calidad estética:

me pide mi amigo max un texto pa noviembre,
y después de lo que pasa en oaxaca o en las calles
de tijuana, culiacán, ciudad juárez, nuevo laredo
o en cualquier calle del mundo, recuerdo un poema
de isabel fraire, de su libro poemas en el regazo de la muerte,
i 
si quisiera escribir objetivamente
diría
el mundo está de la chingada
qué se puede hacer para remediarlo?
vamos a tomar nota de las posibilidades efectivas
y habiendo levantado constancia de una realidad sin ilusiones
pasaría a la acción
dejaría de escribir
ii
quedaría un problema
con qué sustituir a ese mundo que está de la chingada?
ahí entra de nuevo la poesía •

         A parte de burda, la forma de redactar y servir el discurso es pedante. El bato ni de refilón se atreve a ir más allá de la ilutación sentimental; sensación del alma bienhechora de este poeta que, ante los putacazos de carne y hueso,  se cuida muy bien de no sacar la pierna  más allá de la sábana ni derramar la harina sobre el piso de la cocina. Ahora pega sobresaltos de indignación y se vuelve defensor de la paz pública.

         Veleidades de probidad: estoy casi seguro que no «pasaría a la acción», pues solamente cumple con un rito vacío y de contendido abstracto. Pide una descontaminación comodina del «estatuskú», una reivindicación vicaria típicamente conservadora. Qué generosidad tan radical la suya, muy en armonía con el disenso social; oposición «ideal» de un antagonismo de pura palabrería. Pega de gritos por la violencia y lo hace aplicando fórmulas generalizadoras, criticando sin un blanco específico en el que recaiga el discurso. Más que un poema, lo que el Luperco escribe es un reproche rociado de agua bendita. La dinámica lírica como paliativo o única realidad para «sustituir a ese mundo que está de la chingada»; y, en efecto, «ahí entra de nuevo la poesía» dice el bato. Aunque endenantes —porque «el mundo está de la chingada»— el poeta haya dicho que «pasaría a la acción» y « dejaría de escribir» (por eso de lengua yo me trago un taco). Cuando afirma «ahí entra de nuevo la poesía», entiendo por esto que el poeta motiva con ella una resolución al problema suscitado. Pero surge aquí la contradicción: entonces ¿porqué el bato no escribió un poema? Por todas las insuficiencias que padece el texto en comento no puede llamarse a eso poema. Sentina de podredumbre en la literatura. Como si no bastara ya con las ruindades con las que nacemos y se nos pegan como pulgas desde que mamamos hasta que morimos. Pero el Lobo Castillo pretende hacer lo mismo que hace el Diablo: embelesar y embaucar. Por el carácter dual de su conciencia pequeñoburguesa, nuestro prócer literario se comporta como un irresponsable aventurero que quiere aliviar el lastre de la brutalidad social con la poesía. Poesía que a estas alturas es una retórica inservible que, en vez de procurar la expresión clara, distorsiona y encubre. Y el ejemplo lo manifiesta el batillo en su mismo texto, pues pisa un terreno en el que es necesario juzgar y no lo hace. Y su fervor nubla la objetividad pero, no obstante, el autor de «El amoroso guaguaguá», en voz del pueblo, nos ha salido más cabrón que los corifeos de «Fuente ovejuna»: quiere convertir su monólogo en concierto de voces; y a sus osos el inmenso mar y las galeras de Accio, más allá.  

         Y toda la sencillez de su plegaria no «pasaría a la acción» o, dígame ¿quién ha de ser el guapo que se exponga a una paliza y «dejaría de escribir»?  Por alguna razón la poesía es el «ombú» que lo ampara y, hablando con el lenguaje de la pasión, evita meterse en broncas. Y, así se puede responder a cualquier encargo, con una mánida retórica a la que no quieren renunciar. Más que esconderse, el Lobo Castillo juega a las escondidas dentro de un edificio de palabras que el tiempo habrá de cubrir con una gruesa capa de olvido.
             
LA ESCRITURA COMO RESURRECCIÓN FRUSTRADA

          El autor de la pieza letrera, sabedor que desatiende las obligaciones literarias, se cuida de no pisar alguna caca cuando camina, por eso omite llamarle poesía a su libelo: «me pide mi amigo max un texto pa noviembre». Entonces, si no es poesía es dilapidación de lirismo, siendo un poeta, resulta obvio que si se le pide un texto ha de ser un poema, no una simple apariencia. Pero nuestro poeta es demasiado pequeño para hacer un poema y lo que entrega su fabriquita de versos de academia es una mitología de parada. Es poca cosa, pero es bastante —dirá el bato. Impreciso suele ser nuestro invitado: «lo que pasa en oaxaca o en las calles de tijuana, culiacán…». Y ¿qué es lo que pasa, don Luperco? Aunque lo desea, tampoco hace un mínimo esfuerzo por escribir «objetivamente». Su «objetividad» es un tanto subjetiva y se circunscribe a un problema de tipo confesional: «el mundo está de la chingada». Y las sugerencias metodológicas: un «cortazariano» modelo para armar. Tal vez el bato tenga cuentas pendientes con los jesuitas o quizá con la plebe del Fecal. Múltiples formas de encubrimiento verbal, el Roberto Castillo Udiarte, mejor conocido como el «Lobo», es uno de tantos seudointelectuales que van del aula a la cantina y de la cantina a su casa; y es de los que no se tira mucho a matar en cuestión de conciencia crítica. Prefiere sumarse al club de los poetas pragmáticos que miran con simpatía a las instituciones de la cultura oficial y hace «critica» nada mas de los dientes pa fuera y en privado.
         Por esa razón, y otras más, el bato escribe modulando el mismo tipo de estratagema de la que se sirvió Johann Kaspar Schmith en 1844, cuando publico el broli «Der Einzige und sein Eigentum • El único y la propiedad», utilizando el seudónimo de Marx Stirner para evitarse broncas en su vida académica, pues el men era profesor de un colegio de señoritas. Don Luperco no traslada su petición de modo explicito; para esto de sacar los trapitos a la colada cuando no hace muina de autista, se sale por peteneras. Habrá quien pueda detectar en esa estrategia discursiva las marcas del sistema. Y no se necesita ser un pejigueras para darse tinta que el poeta es de los que optan por lisonjear al prójimo y no disgustar; de conciencia elástica según las circunstancias, un poco lacayo y, además, pícaro que se acomoda a la moral de la sociedad; a veces poco estoico y corriendo tras la tajada que ha reclamado como suya; mordiendo lo que le conviene y escupiendo lo que no. Castillo Udiarte incorpora el voseo popular sin tijeretear en sus barrios, pues lo saca de una maceta y lo entierra en otra; lo aplica como elemento decorativo de la poesía; lo reduce a pura técnica expresiva sin dimensión crítica y sin inminencia de revelación. Como en la mayor parte de su material poético, quebranta formalismos de la estructura gramatical y utiliza una jerga cholera, pero se mantiene a distancia para que no haya confusión de su casticismo. El lenguaje bajuno que, en pequeñas dosis, introduce en su poesía se percibe destemplado de su conjunción anímica, ya que se trata de un lenguaje, cuyo origen de arrabal, no corresponde a la experiencia misma del poeta. En voz del poeta Luperco los términos calicheros suenan artificiosos, es decir, sin marca de autenticidad, sin factura real de sinceridad. Además, esa parla calichera es para el gusto de gente acomodada en otra latitud social, ajena a ese idioma popular. El poeta recurre al jergón de los chucorrucos como artimaña lingüística para explayar exotismo y postiza rareza y, asimismo, con el fin de prohijar una poesía de «alta tensión». Lo malo es que descubierto el simulacro la poesía se desfonda y sólo quedan palabritas de algodón en un bazar de curiosidades metafóricas donde el vate —que se cree «muy acá»— juega a ser lo que no es.

CON QUÉ SUSTITUIR A ESA POESÍA QUE ESTÁ DE LA CHINGADA

         Y para «ese mundo que está de la chingada» ¿qué poesía habrá de entrar como paliativo? Tal vez lo sepamos primero por alectomancia (adivinación por medio del canto del gallo). Información sumamente reveladora: «ahí entra de nuevo la poesía», y nada más. Y ¿para qué ha de entrar la poesía?; ¿para beneficio de una automarginada elite que ella misma produce y consume? La estrategia discursiva que pregona el Roberto Castillo como ostensible y repentino plan poético —si acaso— solamente cobraría importancia en el submundo de la cultura  que privilegia a un sector privado. Locura romántica en tiempos de mercadería salvaje. Y ¿de qué manera se podrá encontrar la verdadera expresión poética?; ¿en raptos de frenesí verbal? Porque lograr un portentoso equilibrio en una cosa etérea, fluida e inestable como la poesía no es algo que se confecciona tan fácilmente.  Ahora, en el supuesto de que la vulgar cantaleta que pregona Castillo Udiarte sirviera para aquietar «lo que pasa en oaxaca o en las calles de tijuana, culiacán, ciudad juárez, nuevo laredo...»; y para lograr tan persistente efecto, ¿a qué bobalicones —que comparten la misma seguidilla de lugares comunes— convocaría? Porque si se levantamos el orlo de telón la «virtú poética» está más pilonga que un piojo de pobre. Y de cincho, como llamados con campanillas, los primeros y únicos que caerían a escena fanfarrona —ya sabemos quiénes son— los mismos bichos confianzudos y pechugones que en asuntos de poesía son lo que los callos en los pies: excrecencias incómodas. Prestos a dar rienda suelta estarían los mamertos y demás bufones de corte y aldea. ¿Menciono algunos cuantos? No hace falta, en líneas postreras están anotados.  En caso de que la supuesta sanción se efectúe por vía del «dictum» poético podría dar lugar —como dijo Alfonso Reyes— a que se desate una epidemia de facilitones de la poesía. Aunque aquí el engranaje literario ya está prefabricado y huele a cretinismo. De los nidos tertuleros no sale otra cosa que palabrería obstrusa, falsa y artificiosa.Un modelo para el estatuto canónico y ejemplo del mucho talento lírico que hay en esa cucheta de laureleros. Conquista de los encomenderos del citado forúnculo tertulero, poetastros, son esos tipos de «talentos» que prevalecen en la mecánica rutinaria del quehacer escritural de esta frontera norte. Y con esa clase de versitos se ha de premiar a sus autoras; meikeadoras de una literatura de bulto y abaratada; una poesía de bajo perfil estético, rumiada y machacada hasta la excrecencia. Zafiedad de distracciones oligofrénicas  a cargo del Lobo Castillo, quien, conjuntamente con otros evangelistas del telurismo poético —como son la Julieta González Irigoyen y el Pancho Morales— han tenido el atrevimiento de coronar en calidad de poetas a gentuza cuyas hechuras letreras alcanzan la cúspide de lo infame. La ñorsa y el par de batillos antes mencionados otorgaron (por favor, no se rían) a la Aída Méndez una «bula» mediante cual la fulana esta porta la patente de poeta con todas las de la ley.

—Gente lambiscona que no falta —dijo el Piporro.
—Toreros de la moral —gritó Nietzsche
—En qué estarían pensando estos güeyes.

         Habrá que ver conqué estudios torales cuenta la «poeta honoris causa». Mientras tanto, la agraciada ya puede jactarse de ser colega de las señoras y grandes escritoras Rabina Gran Tagore y Rosa Guimaraes. Bonita faena, con el fervor digno de un charlatán de feria, atienden a gente que se dice escritor pero no sabe escribir. El Lobo Castillo debería saber que promover poetas no es lo mismo que estimular la negligencia. Si los estetas del futurismoMarinetti, Carra, Boccioni— proclamaban como principio la velocidad omnipresente, tal parece que los poetazos de por acá proclaman la pendejez. De modo alguno, esa clase de  tropelías resultan perjudiciales para la poesía.
           El jueves 5 de octubre de 2006, en la sección Policíaca del pápiro El Mexiquín, segunda edición, se publicó una nota que, de seguro, tendrá también tintes poéticos para ojos de los ingenuos y despistados que se creen el chorizo que la infraliteratura que garrapatea la Petra Bonilla es poesía.

                   ¡EL VIOLADOR!
Efectivamente, aquí tenemos al violador de hoy.
Se llama Everardo Zaragoza Avalos y se le
acaso de haber privado de la libertad a una
jovencita de 17 años con el fin hacerle pedazos
el delicado capullo de su doncellez, cosa
que por cierto logró. Pero también logró que lo
refundieran en el tanque.

         Y, tocante al asunto que motivó a don Luperco a versiar su textillo, huelga decir que «lo que pasa en oaxaca o en las calles de tijuana, culiacán, ciudad juárez, nuevo laredo...» es algo que no ha dejado de gravitar desde tiempos ancestrales; con el misma teleología de generar ganancias económicas y con la salvedad de que ahora es a calzón quitado, debido a los efectos de la parafernalia; violencia con visos de espectacularidad. Como los poetas, sicarios y malandrines ultrasanguinarios son personajes que están de moda; como Gil Blas, como el Fígaro de Beaumarchais. Son ellos los que predominan y el resto desaparece. Cada quien reclama su puesto en determinado momento histórico. Asómese a las páginas del Lazarillo de Tormes y vea quién es la figura notoria que sale de la miseria y la brutalidad de esa época. Ya no hay lugar para las sorpresas.

LA COBA DE LOS CONFORMISTAS
           
         Gracias a individuas e individuos como la Méndez, el Morales, Luperco y compañía, la cultura está un poquito más jodida de lo que ya estaba. Paradigma de una literatura tan podrida y apestosa. Vaya manera de desanimar la vocación literaria. En buena medida es exacto afirmar que existe una crisis en la poesía de hoy.
          Yo, por mi parte, estoy dispuesto a seguir a la poesía hasta las puertas del cielo. Después de allí, ni un paso más.

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