VÍCTOR SOTO FERREL O LA PITONISA DEL FORÚNCULO «EXISTIR»


VÍCTOR SOTO FERREL
[O LA PITONISA DEL FORÚNCULO «EXISTIR»]



«¡Con qué constancia no está la gallina lastimándose el pecho veinte días sobre los huevos! Cuando los siente animados, ¡con qué prolijidad rompe los cascarones para ayudar a salir a los pollitos! Salidos éstos, ¡con qué eficacia los cuida! ¡Con qué amor los alimenta! ¡Con qué ahínco los defiende! ¡Con qué cachaza los tolera, y con qué cuidado los abriga!»

José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento


«¡La crítica, esta aguafiestas, recibida siempre, como un cobrador de alquileres, recelosamente y con las puertas a medio abrir! La pobre musa, cuando tropieza con esta hermana bastarda, tuerce los dedos, toca madera, corre en cuanto puede a desinfectarse».

Alfonso Reyes, Aristarco o anatomía de la crítica



EPIFANÍAS PARA LAS PARTES PUDENDAS DE UN RENACUAJO

Luego de arrancarse las plumas de la cola, con todo el apostolado de sus sagradas vísceras, y dejando caer —desde su ronco pecho hasta las punta del dedo gordo— estrafalarias y desbalagadas epifanías que nadie sabe si se refieren a un ornitorrinco peralelelipepido o a las partes pudendas de un renacuajo, el profesor Víctor Soto Ferrel (a quien sus amigos de tertulia y parranda, cariñosamente, han apodado la «Victoria Joto Ferrel»), manda al lector del suplemento «Identidad» del periódico el «Mexicuín» un textículo que lleva como membrete «De poemas, zapatos y una presentación al aire libre», que salió publicado en la edición número 1834 del domingo 27 de julio de 2008, y en el que se aventura a recompensarle honor y gloria al poetastro Jhonnatan Curiel, autor de tres supuestos poemarios y miembro activo de la capilla «Existir». [1]
El articulejo de don Victorino Soto abre desparpajo con una especie de proemio en el que rememora los inolvidables momentos en que probó el néctar de las musas (aunque lo correcto sería indicar que nuestro invitado lo que hace es aminorar sus dolores de hemorroides y justificar el triste papelito que desempeñó como juez calificador en un amañado concursito literario en el que salió ganón el tal Yónatan). [2]
Creyendo que vive en el reino de las excepciones geniales, y para prevenir el ánimo de sus consuelos (o desconsuelos, según sea el caso), aquí va el cronopio con el que da cuenta de su intervención como parte del jurado que ofrendó galardón de flores al recomendado:

“Como integrante del Jurado de un Concurso Literario organizado en 2005 en la Escuela de Humanidades” [ya sabemos el ínfimo nivel de respetabilidad que tienen dichos concursitos], “conocí primero la obra y después al autor de Crónica de unos zapatos” [donde lo más notorio era la mediocridad y la falta de pertinencia literaria]. “Con este poemario Jhonnatan Curiel (Tijuana, 1986) obtuvo el primer lugar” [para la membresía en el club del onanismo seudoliterario]. “El texto que leí entonces” [¿cuál texto y cuál «entonces»?] “en la Sala Audiovisual de la Escuela de Humanidades no fue publicado” [muy bien, pero ¿a qué se debió eso, tu?]. “De nuevo” [¡cómo que de nuevo si endenantes dijiste que el bodrio no fue publicado!] “la Editorial Existir es quien, ahora en coedición con la Escuela de Humanidades, rescata no sólo la Crónica de unos zapatos, sino también los Poemas de Call Center” [porque si no hubiera sido así, ninguno de los integrantes de esa pandilla de arribistas estaría con la conciencia tranquila, dado el gran compromiso que se han echado a cuestas para ilustrar al vulgo con sus zarandajas de publicaciones], “con los cuales Curiel obtuvo el primer sitio en la Semana Cultural de Telvista” [aunque ese primer sitio lo pudo haber conseguido el Jaldoquero Valdez o un perro iscuintle], “dentro de la categoría de Artes Literarias en 2006” [por eso supone don Víctor que el chamaco ya la hizo gacha dentro del importamadrismo culturero y ahora hay que soplarle la zampoña o sobarle las nalgas]. “Los tres poemarios nos permiten conocer el inicio del proceso creativo” [de las encantadoras sandeces] “del joven escritor que, en el 119 Aniversario de la fundación de la ciudad” [¿cuál ciudad?], “inauguró con su lectura en el balcón del Antiguo Palacio Municipal (hoy Palacio de la Cultura)” [y que, antes de antes, tal changarro neofeudal era un garito y nido de suripantas, conocido como el «palacio de cartón»] “un nuevo espacio de difusión artística en el Centro Histórico de Tijuana” [o sea, algo así como una casa de beneficencia pública para dar apoyo a la lumpenada bohemia que, a lo largo de su vacía existencia, sólo ha dado muestras de parasitismo y nauseante incultura].
(Víctor Soto Ferrel, «Identidad», edición 1834, domingo 27 de julio de 2008).

De una manera que no tiene desperdicio para la garla y el reparto de la coba, lo que en realidad hace míster Soto Ferrel es demostrar su insensatez, el pésimo gusto y su incapacidad para distinguir entre lo que es verdadera poesía y aquello que es pobretería seudolírica. Y aunque tiene muy almidonada su presunción de erudito, los años lo han empeorado y ha sufrido peor conversión que María Magdalena. Por sus partos de cretinerías, más adelante habrá de observarse cómo el profesor de literatura, siguiendo la moda de las chapurradas perifrásticas del sinsentido, se exhibe como un pinchi autista de las torceduras semánticas y de las pifias gramaticales. O sea, estupidez y pedantería como dispositivos del esoterismo literario, de la fraseología hueca y la palabra engañosa, tramposa y chapucera; mitología privada para el adorno, el elogio, la charlatanería, la insinceridad y la cobardía.

—¿Para qué quiere los libros y revistas que compra o le regalan?, ¿para hacer con ellos pajaritos de papel?

LOS MOTIVOS DE LA HILARIDAD POÉTICA

Para el profesor Víctor Soto Ferrel el estilo no es un deber de coherencia, sino un hermetismo de palabrería indescifrable, traslapada ofuscación y piruetas verbales, además de una buena palestra para desfogar cursilerías en libelos y veladas literarias.
Y guachen cómo se refocila en sus díscolos incomunicables, dislates y demás paparruchas.

Advertencia: si vomitan no es mi culpa, que conste.

«El instante, perforado por la mirada de Jhonnatan Curiel, muestra rosas y jardines negros, destellos mojados en campos donde el viento perseguido arrastra hojas secas. Por esta enrarecida atmósfera el poeta avanza hasta apropiarse de la pureza del silencio para atraerla a hombres enfermos por el ruido; quiere para ellos sonidos, palabras y perfumes de otros mundos que su visión encuentra en la semilla del alba» [Víctor Soto Ferrel, «Identidad», edición 1834, domingo 27 de julio de 2008].

—Ay, hasta siento todavía un-no-sé-qué por aquí y por allá.
—Qué bonito.

Cuán deficiente es el discernimiento crítico del viejo cortesano que tiraniza su esnobismo seudointelectual con tempestuosas alharacas. Confrontemos la esponjosa recreación de estas fantasías de retrete y démosle la interpretación que en justicia corresponda.
El catedrático Soto Ferrel nos dice que «la mirada» del tal Yónatan es casi como una verga que rompe un culo llamado «instante» [«instante perforado por la mirada de Jhonnatan Curiel»]; y que ese «culo-rompido» acaba floriado, o sea, madriado y guango, también rosado y con la pelambrera a la intemperie [«muestra rosas y jardines negros»], destilando secreciones rectales y seminales que caen en la cama y sobre algunos papeles que revolotean con el aire del abanico [«destellos mojados en campos donde el viento perseguido arrastra hojas secas»]. Y como el desculamiento, o sea, la perforación del «culo-instante», ocurre en los enjutos de ambientes no convencionales [en una «enrarecida atmósfera»], es menester que, durante sus andanzas y recorridos, el dueño [«el poeta» desfundillador] y portador de la «mirada-verga-perforadora», calle la boca y no haga chismorreos al respecto [o sea, que el güey deberá «apropiarse de la pureza del silencio»]; y cuando algunos de los tantos chismosos [«hombres enfermos por el ruido»] le pregunten: «¿qué paso con ese culo?», él únicamente responderá: «nada de nada pasó»; y los atarantará con un cuentito del «masallá» [pues, «quiere para ellos sonidos, palabras y perfumes de otros mundos»] y pensará que todo lo que sucedió fue un pinchi sueño como el que soñó Sancho Panza, contagiado por las fantasías de Don Quijote [«visión en la semilla del alba»].

¿A través de qué exégesis el profesor Vitorinol estimularía su disgregado pensamiento para vomitar ese lastre de oscuras y ásperas barruntadas? Lo menos notable en su articulejo es la lucidez y lo que más resalta es la pesadumbre de voces huecas, de palabras de oropel, de confitería inútil y redundante, pero con el deseo de verse muy mono, imitando los anquilosados melindres y regodeos de la poesía preciosista y aristocratizante, el cuasirromanticismo con sus símbolos de los opuestos, las realidades paralelas del lirismo introspectivo y la transfiguración desenfrenada del metalenguaje.

—Todo servido en su unitario «caldo criollo», pero ya echado a perder.
—Por eso la virtud es retórica y el mundo una puta metáfora.

Desde la fecha 26 de febrero de 1986, el Víctor Soto Ferrel trabaja como profesor de tiempo completo en la escuela de Humanidades de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), donde imparte cursos de «adaptación a la vida», y claro, a los que le agrega sus pequeñas dosis de literatura, y claro, muy práctica y fácil de asimilar para los escuelantes y las escuelantas que, una vez egresados o graduadas, obtendrán la posición profesional que mejor se les acomode, ya sea como esnobistas trasnochados, secretarias y amantonas de algún funcionario inepto y corrupto, cazadores de limosnas institucionales, comunicólogas de pacotilla, etcétera.
En otras palabras, prepararlos para que se conviertan en imitadores de las peores fórmulas de hacer literatura, animándolos a evadirse de los problemas reales y concretos del mundo con un estilo de vida pasivo y hedonista.

—Y no hay mejor forma de desalentar a un poeta o escritor en potencia que instándolo a estudiar una carrera de literatura, de la cual quedará insatisfecho.

Echémonos otro parrafito del sermón almidonado que nos brinda este poeta, oriundo de San Miguel del Cantil, estado de Durango.

Advertencia: aquí los lectores deben ponerse más truchas, porque la cursilería está muy inflamada y en su elocuencia el apologista se desborda hacia lo difuso, abusa de las anacronías, los clichés lingüísticos y hasta pierde los estribos de la cordura.

“Poseído por su visión” [¿qué tipo de visión?, ¿visión miope, visión de rayos equis, visión láser?; ¿o de cuál?], “el poeta explora entre los días grises por las calles de esta ciudad llenas de envidia y de amargura” [luego que se pone su trajecito de boy escaut y se da cuenta que esos días grises también son de veinticuatro horas, y que caminan por las calles como si fueran seres animados, y se topan de frente con dos chamaconas abstractas, una de nombre «envidia» y la otra «amargura», ambas todavía señoritas]. “Contempla con estupor el jardín del cielo” [¿seguro que no se trata del nombre de alguna cantina?], “un jardín taciturno” [¡ah, cabrón!, ¿qué aquí el taciturno no debería ser un bato en vez de un jardín?], “diluido, solo en la noche donde las nubes son artesanías” [si son nubes de pedos, entonces son artesanías ventosas arrojadas por el agujero anal y de factura fronteriza made in Tiyei; y, a propósito, ¿de a cómo son tales artesanías?] “pinceladas torpes” [de pintores pendejos], “escritura en el polvo” [en el polvo maldito que se inhala por la ñata] “de un interminable verano seco” [seco cuando no hay chelines para comprarse unas caguamas] “que Jhonnatan convierte en un reino” [supongo que no ha de ser el «reino cultural» de Jorge Hank Rhon, y al que se refería el arrastrado del Jaime Cháidez Bonilla cuando andaba de lambiscón con los del PRI]. “Desde las cuatro de la tarde las sombras” [¡uy!, qué puntuales son esas sombras] “como gritos helados” [¿no serán paletas de un paletero gritón?], “empiezan a envejecer los techos” [nomás los techos de los chantes de la gente jodida que vive en los arrabales], “sus pardos sonidos lo conducen por la playa a la frontera” [¿a quién conducen?, ¿al poeta, a los gritos helados o a los techos que envejecen?] “donde la memoria es devorada por el tiempo” [y también donde la memoria devora al tiempo, y con mucho retruécano]. “Un parpadeo cierra la ventana y rompe la urdimbre” [pues ese parpadeo debe tener un par de manitas] “porque ver al otro” [¿al otro qué?, ¿al otro parpadeo o al otro tiempo?] “incluye la muerte” [bueno, menos mal que esa muerte ya viene en el mismo paquete y por el mismo precio]. “El poeta es entonces un espectro, un pescador de estrellas” [y también de becas], “letras, voces en el tiempo que congela sus pasos por los antros de madrugadas grises donde un viento amarillo se agazapa en la oscuridad pegada a los esqueletos de construcciones abandonadas” [¡puta madre!, esto sí que es una megacursilería que no admite parangón]. “El poeta sale de su órbita” [o de su vereda tropical], “cae y al caer entrevé otro paisaje en la escritura de las estrellas” [pues, andará pedo y mariguano el bato], “en las nubes hechizadas” [esta imagen debe corresponder a las humaredas que suelta el carrujo de moronga], “pero las sombras lo ahogan en la noche entumecida” [entumecida como la verga de un burro cogelón en plena calentura] “y las estrellas se tornan lunares de hielo contaminado y filos encubiertos” [uf, estaba muy buena esa chingadera que se fumaron]. “La música se abisma” [o el abismo se musicaliza], “las estrellas son espigas siderales y el poeta, artesano de misterios” [porque el poeta, ya sabemos que en el aire las compone, y luego viene una puñeta], “se funde con el universo” [universo que solamente es un humoso recoveco en el cráneo del poetastro]; “sus ojos ya sólo son preguntas verticales sobre la blancura de la página” [preguntas muy lagañosas porque salen de los oclayos]. “El poeta se toma el pulso” [no vaya a ser que le pegue un soponcio o una trombosis por alta presión arterial] “y el poema se convierte en espacio de continuas formaciones y transformaciones verbales por la pasión de la mirada y la vivencia de la fugacidad del tiempo” [y colorín colorado, la cursilería, por el momento, se ha frenado
(Víctor Soto Ferrel, «Identidad», edición 1834, domingo 27 de julio de 2008).

—Hasta aquí, después de tantos carraspeos, el profesor Soto medio termina por escupir su inmenso salivero, y sobre sus barbas chamuscadas quedan algunos hilillos de baba.
—A mí, a veces mi guaifa me grita con los oídos y eso no la hace poeta.

Míster Soto Ferrel, o es más ciego que un topo o sólo la juega al murciélago romántico que quiere amar con la pura intuición.

Continuará

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