VÍCTOR SOTO FERREL O EL HOLOFLUX DE LA TAUTOLOGÍA REDUCIBLE A CERO


LA PEDANTE GRANDILOCUENCIA DE LOS COMADREOS LÍRICOS

Míster Soto Ferrel, o es más ciego que un topo o sólo la juega al murciélago romántico que quiere amar con la pura intuición. Lo que escribe en su textículo «De poemas, zapatos y una presentación al aire libre» semeja a un discurso armado con sesos de agua, un postizo de maromas mentales en el que las palabras se escapan por sí mismas como divisas devaluadas en el desperdicio de la economía del lenguaje. El modelo privilegiado de su retórica es un panegirismo que literaturaliza la rentabilidad de la complacencia en favor de los lechuguinos y copleros que acuden a sus tallercitos literarios y seminarios de podredumbre lírica. Bajo el pretexto de expresar lo inexpresable, a su legión de discípulos el maestro le inculca una forma de arte indescriptible e indecible.

—Habrá qué ver el concepto de poesía que alberga en su atolondrada cabeza.
—A mí, a veces mi guaifa me grita con los oídos y eso no la hace poeta.
Siguiendo la tónica de la «Guía de los perplejos» de Moisés ben Maimón, mejor conocido como el doctor Maimónides, a su pamplinoso y farragoso texto, el babélico mentor de advenedizos poetastros debió haberle adjuntado un «instructivo» o «manual de desencriptamiento» en el que proporcionara las claves de interpretación y entendimiento de sus encriptados puntos de opinión. Aun para el más letrado es difícil deducir las conexiones lógicas o de situación asociativa que presenta la lectura del articulejo «De poemas, zapatos y una presentación al aire libre». El instinto de exageración imaginativa y la ficción descarada son las notas dominantes de un exotismo extremo que en nada contribuye a la comprensión de la literatura. Por su fragmentariedad no hay un sólido sistema de significación en el proceso discursivo, tampoco hay enlaces de concordancia entre escritor, obra y lector. Por el glamur de la palabra, las constantes del lenguaje quedan dislocadas y el acto de comunicación desvanecido. ¿Qué sentido podrá captar el lector ordinario en tal exposición de “artisticidad” palabreramente ininteligible?

—Bueno, que se le entienda o no se le entienda es cosa que don Víctor Soto Ferrel le importa un cacahuate.

Soto Ferrel recurre al juego lúdico y codificado de las argucias lingüísticas como un instrumento (o vehículo) semiológico que funciona como forma de conciencia —cretina y mamona— que impone la casta intelectual hegemónica para nutrir el engaño de la alta cultura y la propedéutica del intelectualismo aristocrático. Su finalidad estriba en enredar a los tontos y a los pendejos en las telarañas del lenguaje, enmascarar con abstracciones simbólicas.
No hay otro propósito que ser y no ser, es decir, fomentar el escapismo y escudarse en apariencias seudoestéticas:

«Un oscuro lenguaje se presenta en los horizontes alcanzados por el joven creador: la imagen de la amada con manos de lluvia que son puertas al conocimiento, al rencuentro con el “otro”, provoca derrumbes, elevaciones, catástrofes, abundancia, humedad, pero también sequía, exilios, desiertos y el horror a la muerte que lo lleva a exaltar la energía del cuerpo, porque la mujer es un paisaje, un vuelo, un enigma, y la reinvención del misterio cotidiano» [Víctor Soto Ferrel, «Identidad», edición 1834, domingo 27 de julio de 2008].

Puede decirse que el profesor Soto Ferrel intenta parir algo parecido a un poema-ensayo. Pero su elaboración es de escasa envergadura y de gorda defección en sus matices y estructura. No se discuten sus posibilidades de expresión, sin embargo su lenguaje es una especie de sortilegio aislado; predominante es en el texto la descomposición de las palabras que al unirse no descifran ni revelan, ni son transparentes ni tienen plasticidad. La sustancia del habla es garrulería útil para el aburrimiento, etiqueta del engaño y símbolo de opacidad. En la configuración de imágenes y marcas textuales que resaltan en el articulejo «De poemas, zapatos y una presentación al aire libre» no existe la cognición artística de la realidad, ni se cumple la función comunicativa de los signos estéticos. Tampoco hay tonalidades de ritmo ni las notaciones de musicalidad, implícitas en las palabras; tampoco en los motivos ornamentales hay exclamación impetuosa, eco o golpe de metáfora, ni gesticulación tipográfica. Lo que sí hay en el textículo en comento son los deseos de huir hacia el infinito, las evocaciones nostálgicas, las voces huecas que no responden a la voluntad de recuperar la dialéctica histórica del pasado, el empecinamiento en ritualizar una visión mitificada de espacio perceptivo de mera retórica y de evasión hacia regiones nebulosas. Y es que en Soto Ferrel se patentiza la evasión ontológica de los grupúsculos poéticos que se ocultan bajo carapacho de una realidad imaginaria que anteponen a los estertores de la vida cotidiana cuando ésta es frustración, angustia, miedo y desolación. La técnica aglutinadora de Soto Ferrel, persistente en imágenes portadoras del fetichismo romántico —lo etéreo, lo fantástico, lo infinito cósmico y demás supercherías— se «dicotomiza» fuera de los antagonismos, sin contingencias concretas, sin conjeturas de conciencia crítica; el acceso a la realidad es un acto que no rebasa los límites de las preocupaciones metafísicas, de los conjuros y de las cavilaciones soporíferas o fantasmagóricas.

—Como el deseo del elevadorista de ser ángel para ganarse a vuelo el pan del cielo.

EL INTENTO DE QUERER MORALIZAR PUTAS

Y así se postula el oficio de escritor, en la adecuación al idealismo como forma de sobrevivencia académica y la conceptuación ininteligible que concibe la escritura como un simple juego de palabras, de ciencia novelada, o como diría Gramsci, de «un modo de plantear las cuestiones apto solamente para hacer fantasear a las cabezas huecas». En sus mediaciones catárticas (que también son extrañamientos y enajenaciones), parece que «el joven creador», según apuntala el antologador, alcanza «horizontes» que sugieren espacios indefinidos, abiertos al flujo verbal de la imaginación, al ensueño o la fantasía del «yo» interno. De acuerdo con lo manifestado, en esos «horizontes» prevalece «un oscuro lenguaje» (codificado, confuso, nada diáfano y difícil de comprender; aunque funcional para la irrupción de lo irreal, toda vez que facilita la inclusión de esquemas fantásticos y simbólicos tanto en la poesía como en el relato), identificable por sus imágenes estereotipadas o idealizaciones surrealistas (o sea, retrata a una chamacona querendona «con manos de lluvia»), que por obra y gracia de la moteada imaginería del señor Soto Ferrel, las puñeteras manitas de la fémina «amada» se trasmutan en «puertas al conocimiento» y al mismo tiempo en un acto de «rencuentro con el “otro”» (¿qué valor conceptual engendra tal locución?; pregunto porque tal abstracción encierra múltiples posibilidades de interpretación).

—Detengámonos porque aquí las palabras del poeta ya se llenaron de alimañas y don Víctor comienza a dar marometas y a cantinflear gachamente.

Cuántas extravagancias hay en los registros literarios que el poeta usa para ornamentar un mundo de ilusiones.

—Sin embargo, vamos a intentar hurtarle sus laureles al poeta.

Según lo afirmado, detrás de las «puertas al conocimiento» está la morada del aprendizaje, del conocimiento que debe adquirir el bizcochito para conquistar el amor de su peoresnada. La jermu que aprende a amar es buena, y quien se resiste o repele la instrucción, pues es mala. Los arquetipos de la ruca católica y puritana —modelos teológicos del rol de la prejuiciosa damisela pequeñaburguesa— están en las «puertas al conocimiento» y en el «rencuentro con el “otro”». Hay una carga de dualismo moral que es una interacción de mando-obediencia en poder los enamorados. Y quien carga con todo el paquete, obviamente, es la receptiva servidora, la educada, la domesticada. Y el macho sólo entierra el hacha entre las nalgas de la amada, que en su categoría del «otro» es el sujeto mistificado.

—Ay, esa “cultura del amor”, mojigata y capitalista.

Como en la épica cortesana, la educación amorosa es requisito indispensable para el «rencuentro con el “otro”»; aunque ese «otro» sea solamente un espejo o una vil pantalla de televisor. Ya veremos que sale de toda esta sublimación misticoide.

—¿Y qué puede salir, tú?
—Pues hasta el intento de querer moralizar putas.

Luego del «recuentro con el “otro”», y una vez cerradas «las puertas del conocimiento», estalla el caos indiferenciado de los elementos naturales que simbolizan irracionalidad; la visión de metonimias caotizadas y unidas a la muerte y la destrucción: «derrumbes, elevaciones, catástrofes, abundancia, humedad, pero también sequía, exilios, desiertos y el horror a la muerte que lo lleva a exaltar la energía del cuerpo, porque la mujer es un paisaje, un vuelo, un enigma, y la reinvención del misterio cotidiano». Ya lo dijo el máster Teodoro Adorno, que no hay otro camino para el arte que no sea la fusión con las desarmonía del mundo. Se ha modificado el rumbo de la vida en la gradación de las polaridades antitéticas (luz-oscuridad), lo profundo y lo abismal se asocian con lo infernal y lo inconciente; la interioridad del alma es la negación ideológica de la contradicción, el ego es un realismo trasmutado en sueño y en perturbador encanto de novia vuelta cadáver. Todo lo que existe es presencia unificadora, pero al mismo tiempo es la nada. Para la poesía lo «uno» es lo «otro». Así, la vida es la muerte y la muerte es un sueño, el sueño es la realidad y la realidad soy yo, y yo soy Dios. Pero Dios no existe.

—Sólo hay descanso en el reino de la muerte.

EL MUNDO ES UNA INVENCIÓN DEL ESPÍRITU

A través de simbologías y signos alegóricos se contextualiza una ideología del arte (es decir, aquello que Soto Ferrel, obnubilado por su miopía capillera, cree que es literatura y, por antonomasia, creación poética); y el poeta, aterrado por la brutalidad mundana, la angustia, el vacío existencial, la soledad, la vida frustrada y otras congojas, recurre al antídoto de los gérmenes espirituales, al equilibrio cósmico y al claustro de su infinita burbuja de fábula e ilusión. Pero su deseo de estar en el paraíso sólo es una intención hermenéutica, un retórico proceso de abstracción y de mutación de símbolos e imágenes, un discurso con sus fisuras, cuarteadoras y fallas estructurales —tanto de orden sintáctico y de contenido significativo—, que muestra en relieve de superficie las incongruencias e inconsistencias de la intelección estética, la arbitrariedad de signos y la simplicidad en el contenido textual, el sentido genérico, impreciso y arbitrario de las enunciaciones, el empleo reiteradamente abusivo de toda suerte de dogmas, la hiperbolización de misterios, mitos y prejuicios, el denodado afán de conservadurismo y el elitismo aristocratizante por considerar al arte como una expresión puramente espiritual y el quehacer literario como algo estrictamente instintivo, la enajenación de estilo y lenguaje de extrema pedantería.
Y semejante afectación artística e impavidez se advierte en el siguiente segmento:

«La blancura de la amada anula la noche, se vuelve inalcanzable, inasible; es espera, creación y multiplicación del deseo, distensión del tiempo, muerte y resurrección, Un camino oscuro para andar a tientas / al secreto donde termina el viaje; porque el erotismo reconcilia los contrarios más opuestos y el rostro de la mujer es finalmente de la muerte que cierra un círculo y abre otro de carácter cósmico: es el último secreto impenetrable que devuelve al mundo su misterio haciendo de ese misterio un nuevo deseo; reanuda, renueva el movimiento y el poeta intenta revelar y al mismo tiempo preservar ese misterio» [Víctor Soto Ferrel, «Identidad», edición 1834, domingo 27 de julio de 2008].

—Qué buena ventura le da Dios para tirarse al vicio de las torpezas literarias.

Por las connotaciones ideológicas y literarias que conlleva el discurso sotoferreliano, atribuido en sus modalidades particulares al susodicho «delfín» lírico (o “promesa literaria” como le dice el mamacallos del Jaime Cháidez), en la confluencia de la duplicidad y la permutabilidad, se pretende emular el modelo de circularidad infinita, laberinto simbólico en el que predomina lo inverosímil, la acumulación de imágenes caóticas, el hálito misterioso del romanticismo enfermizo y otros detalles afines a la invalidación del logos. [5]

—Aunque nada que ver con esa transgresora fonética de la vida que, en el sertón del viejo papel de las metáforas, el gordo Lezama Lima dio por sentado que la palabra verga es «el aguijón del leptosomático macrogenitoma».

EL HOLOFLUX DE LA TAUTOLOGÍA REDUCIBLE A CERO

Pero la vehemencia creadora de suprarrealidades es convenenciera y un tanto mundana, ya que después de exaltar taimadas fantasías, el poeta despolariza su etéreo mundo de ilusiones y baja de su «holoflux» (fórmula mítica reinventada desde la pureza de la práctica textual), y entonces, como ser de carne hueso que come, caga y coge, se desborda hacía el frenesí dionisiaco, es decir, hacia la potencia de la vida.

«El amor es el tema de este poemario de Jhonnatan Curiel, el amor como energía que implica todos los contrarios y los trasciende como ha expuesto admirablemente Octavio Paz. Por momentos estamos ante un panerotismo que anima al mundo por la atracción del deseo. Ser es existir justamente como flujo e impulso de la vida» [Víctor Soto Ferrel, «Identidad», edición 1834, domingo 27 de julio de 2008].

En su arrebatada persecución de la palabra, don Victorcillo no ha sido capaz de cerrar la desgarradura metafísica de un César Vallejo, de un Rubén Darío, de un Octavio Paz o de un Vicente Huidobro, y ya ni siquiera escucha los ruidos que resuenan en el exterior. Prefiere desentenderse de la realidad y transustanciarse del cuadro histórico; y sólo enfrenta a la realidad cuando ésta tiende a convertirse en símbolo: «la mujer es un paisaje, un vuelo, un enigma». No es la objetivación concreta lo que importa sino la abstracción subjetivada: «La blancura de la amada anula la noche, se vuelve inalcanzable, inasible; es espera, creación y multiplicación del deseo, distensión del tiempo, muerte y resurrección». Para nuestro panegirista, el poeta es un ser que quiere «reinventar el mundo», que en el caso del poetastro Curiel, no sería a la manera de Ezra Pound, sino a través de cancioncitas putañeras. El amor es una potencia más trascendente que el «nirvana» o el «éxtasis» de santa Teresa, pues según delira el buen profesor, es un emoliente tan chingón, que una vez untado, elimina las diferencias étnicas y religiosas, la barreras sociales, empareja las desigualdades económicas, apacigua las bravuconadas, armoniza las rivalidades, dirime las controversias y anula lo antagonismos. Es la «energía que implica todos los contrarios y los trasciende como ha expuesto admirablemente Octavio Paz».
Qué bien por ese «amor», que antes de ayer era solamente querencia afectiva, besuqueos, apapachos y convulsiones concupiscentes entre cogelones. Ahora, gracias a don Víctor y al Curiel, ayudados por Octavio Paz, han desaparecido los presupuestos fácticos de la teoría de la lucha de clases, en virtud de que «el erotismo reconcilia los contrarios más opuestos».

—El mundo es una tautología reducible a cero.

Y, desde ultratumba, el difunto Paz nos recita la epifanía que da unidad a las contradicciones, porque el ñasco ha «expuesto admirablemente» que todo es presencia unificadora y que todo lo que está en el suelo vuela. «Las piedras son plumas», lo dijo el viejo en «El arco y la lira», atentando «admirablemente» contra la racionalidad, porque el pobre ni es rico, ni el rico es pobre.

—¡Claudicación de la lucha de clases!, hubiera gritado doña Rosa Luxemburgo.
—Sensibilidad poética embotada por las formas fetichistas, exclamaría el máster Georgy Luckács.

En el «factum brutum» de la vida concreta, la adhesión a la presuntuosa fórmula de que «el yo es el tú» significa una función encubridora de la realidad y que eterniza poéticamente a la sociedad burguesa, una propuesta muy consecuente con el oportunismo y que doña Rosa Luxemburgo, en 1918, calificó como bufonada, extravagancia e idiotez de intelectuales pequeñoburgueses que «acaba en lo más grosero, en lo más absurdo, en una fábula de niños, en una comedia cinematográfica: el capital inopinadamente desaparecido, los antagonismos de clases sorpresivamente suprimidos. Desarme, democracia, paz, buena convivencia de las naciones, la fuerza cede ante el derecho, el débil incorpora la cabeza. Krupp fabricará, en lugar de cañones, fuegos artificiales para navidad; la ciudad de Gary será convertida en un jardín de niños Frobel; en arca de Noé, pasta el cordero apaciblemente junto al lobo, el tigre ronronea con los ojos entrecerrados cual una rata domestica, en tanto que el antílope con sus cuernos le rasca detrás de la oreja; el león juega con la cabra a la gallina ciega. Y todo está hecho realidad gracias a la fórmula mágica…» [La revolución rusa, análisis crítico, página 28].

—Qué maravilla, el amor como negación ideológica de la contradicción.

Pero ¿qué nos dice de la maestría técnica y de la invención poética que hay en los poemas del galán galardonado, a quien hoy le rinde tributo?

—Pues nada, le pasan inadvertidas.

¿Dónde está la fuerza de profundidad poética?, ¿dónde están los aciertos estilísticos y semánticos? Nuestro invitado es más sensitivo en la cuestión de las ensoñaciones y la sicológica receptividad de las cursilerías; él prefiere la evasión porque la insípida realidad lo sofoca. Para el bato antes que el hecho está la impresión, y antes que el acontecimiento está el ensueño y el mito. [6] De la significación social y de las referencias políticas tampoco tiene comentario alguno. Todo su pregón cantinflesco se encuentra tamizado de cautelas y de providencias precautorias centradas en el fulgor de la mitología.

—¿Por qué tanta aquiescencia de espiritualidad a esa riqueza ilusoria?

«La mitología del concepto —afirma Lukács— es siempre expresión intelectual del hecho de que los hombres no han conseguido captar el dato básico de su existencia, de cuyas consecuencias no pueden defenderse. La incapacidad de penetrar en el objeto mismo cobra entonces, como expresión intelectual, la idea de unas fuerzas motoras trascendentes constituyen y configuran de una manera mitológica la realidad, la relación entre los objetos, nuestras relaciones con ellos, su transformación en el proceso histórico» [Georgy Lukács, ¿Qué es marxismo ortodoxo?, página 29].
Aunque jamás podrá ser abolido, el control de la racionalidad cada vez está más entrampado en una retórica de sofismas. La emoción estética se escarabajea únicamente como pasión particular y no por consecuencia de naturaleza misma de la obra; es decir, por las confrontaciones profundas y concretas de la expresión estética, sino por la inercia intuitiva del impresionismo lingüístico, las mediaciones tramposas. Una cultura escolástica continúa afirmándose en casi todos los géneros de la literatura, y va en aumento el número de incautos que acogen ese sistema de pasmosas insensateces. Pronto no quedará en la poesía más que una gárgara de angustia, una visión sombría de la individualidad lírica, desvitalizada y narcisista.
La Academia y la literatura en Baja California son pródigas en casos similares a la grandeza del problema que trae en su alma estética don Víctor Soto Ferrel. Tendría yo que abrir un centro especializado en cretinismos para pormenorizar los detalles de cada uno de los individuos e individuas que conforman el gigantesco tumulto de especímenes literarios y culturosos que engrosan el abigarrado intríngulis de inconsistencias intelectuales, requiebros estéticos y patrañas con olor a estafa, truco, fingimiento y simulación.
Al tícher le haría bien dejar a un lado esa «reductio ad nauseam» literaria que se carga y seguir el ejemplo del emperador Diocleciano, quien renunció al trono para dedicarse a cultivar coles en un lugar perdido. Pues nada de lo que garrapatea contiene expresividad literaria, la hechura de su texto está condicionada social y estéticamente por el formato de la impostura artística de los símbolos polisémicos y la codificación engañosa, una desfigurada redacción de bizarrería repugnante y eclecticismo teórico que los poetas, ensayistas e investigadores exitosamente y con aguda astucia han incorporado a sus trabajos literarios o académicos como una forma metodológica de falso historicismo y que pasado a ser un obligado estereotipo dentro del canon de la cultura. Es el seco mutismo del pensamiento abstracto devenido en fraseología, textualismo chatarra y símbolo parlante de la incongruencia.

—¿Porqué tanto discurso oblicuo?, ¿para qué tanto mensaje velado?, ¿para qué tanta parábola y encriptamiento? ¿Para qué, si ya no existe la censura?

LÚMPENES ATADOS AL PESEBRE DEL CULTURALISMO OFICIAL

Hay en el vestal oficial del ambiente culturero de estos lares norfronterizos una sobresaturación de literatos y poetastros rastreros, sumidos en el fetichismo de las apariencias, postulando crujientes tonterías y disparates. Plebeyos clasemedieros que presumen de muy refinados (son unos incultos que pretenden ser cultos sin leer) que escriben y publican pura quincalla letrera de la peor nigromancia.
Por algo Platón decía en sus «Diálogos» que los poetas no pueden enseñar nada a nadie, son seres inútiles y una carga para el estado. Y aquí está confirmada tal hipótesis, pues la gran mayoría de ellos son lúmpenes atados al pesebre del culturalismo estatal, pululando una vida parasitaria, drenando en la bohemia y la francachela; aventureros, arribistas, ineptos y mediocres que andan urgidos por aupurarse algunos trozos de fama y prestigio.
Y en crisol de los “cultos” estratos, con los engranes de la chompeta bien aceitaditos, y con lo que aún le queda de iluminación «zen», el catedrático «guavecero» se abastece de pretextos ideológicos y se vuelve secuaz apologista de las glorias literarias de nuestro querido terruño.

—Como quien dice, otro gusano que se arrima a carcomer el putrefacto cadáver de la cultura.
—¿Y porqué el bato no nos dice la verdad?
—¿Cuál verdad, men?
—Pues ésta: que no tenemos grandes aristas pero tenemos unos malandrinazos de poca madre.

El articulejo de este vindicador de la doctrina criptográfica es un fallido intento de mostrar “clarividencias” donde no las hay, su valor histórico-cultural, en el lado pervertido de la literatura, es el de un opúsculo de propaganda para otorgar cartas de privilegio y rendir, al modo de los enamorados que rondan tras un sabroso culito, salmos de reverencia a un pobre chamaco excretador de menudencias literarias, que ha surgido del mismo estiércol cultural que se abona desde los señeros de la contemporánea picaresca oficial de los capillas e instituciones de la farsa y la cultura de Baja California. El amor intelectual que el filósofo Spinoza atribuía al conocimiento se ha convertido en un gargajo de simpatías, en un depósito para rendir homenajes y pleitesías. Es el modelo a seguir y la mejor manera de renovar la charlatanería, toda vez que en los grupúsculos protoliterarios y desideologizados por conveniencia, las apariencias son las que más cuentan para figurar en el canon de las inmundicias cultureras.
Ahora que el arte es pacotilla y los artistas ya no necesitan de la capacidad ni talento para afianzar su orientación creadora, pocas son las virtudes que se mantienen en los parámetros de la auténtica producción estética.

—Todo sea por la artificialidad de la falsa creación, la degeneración libresca, la pedantería y el simulacro.
—Amén.



NOTAS FINALES
[O HUEVOS DE COCHI]


1.- Véase el «Vertedero de cretinadas» titulado «LÓPEZ AVEDOY, ALGRÁVEZ, CURIEL Y LICONA, UN NOTABLE EJEMPLO DE SOFLAMERÍA BANAL»; y del libraco «Regüeldos tertuleros», véase el CAPÍTULO XLII, «EL GILBERTO LICONA SE LA FUMA VERDE»; también el articulejo intitulado «FARISEOS Y PROMOTORES SEUDOCULTURALES».

2.- En cuanto al autor de las “bellezas” que tienen embelecado al Soto Ferrel, para no torturar más a los lectores y evitar repeticiones, véase el textillo subtitulado «EL YÓNATAN CURIEL Y SU LEVADURA DE FRIVOLIDADES», inserto en el articulejo «LÓPEZ AVEDOY, ALGRÁVEZ, CURIEL Y LICONA, UN NOTABLE EJEMPLO DE SOFLAMERÍA BANAL». También véase el «Vertedero de cretinadas» intitulado «POESÍA COMO UN MONTÓN DE MIERDA».

3.- Francisco M. Rodríguez, en su broli «Baco y Birján» (Costa-Amic editor, 1968), narra «a grandes rasgos», y a partir del 7 de abril de 1920, su versión histórica de Tijuana, «como lo referente al palacio de “CARTÓN”, o sea donde ahora se localiza el Palacio del Ayuntamiento, donde la tragedia ha pasado inadvertida en sus vetustas cuevas. Ese palacio también fue casa de juego, administrada por dos grandes tahúres judíos, Luzúa y Sicuriel» [página 23].

4.- El dato referente al «reino cultural» de Jorge Hank Rhon, transcribo la alocución que el zampaboñigas del Jaime Cháidez eructó cuando en sus chaqueteros momentos le cantaba loas al señor de las apuestas, y las gomas se le chorreaban de tanto alabarlo.
Tripeen: «El futuro rojo. Es prácticamente imposible que Jorge Hank Rhon haga un mal papel en comparación con Jesús González Reyes. El nuevo alcalde, con todo lo polémico que siempre ha sido, puede tener como alternativa recomponer los platos rotos dejados por Chuy. La comunidad cultural, lastimada y reacia con la última administración panista, lo que está esperando es un gobierno a la altura de la sociedad civil. El reino cultural de Hank será habitado por todos, hasta por los panistas que tanto lo odian. En esta fiesta incluso las más feas tendrán que bailar» [Jaime Cháidez Bonilla, Identidad #1633, 15 de agosto de 2004].
Para una mejor percepción de la mezquina catadura de este cobero, remito a los textículos «JAIME CHÁIDEZ BONILLA Y JORGE ORTEGA O LAS ARGAMANCIAS DE LA CULTURILLA LOCAL» y «MOMENTOS DE SATRAPÍAS CULTURALES [ALEJANDRO RODRÍGUEZ Y JAIME CHÁIDEZ BONILLA]»; del libraco «Regüeldos tertuleros» el CAPÍTULO XXI, «EN EL VELORIO DEL PROFE RUBÉN VIZCAÍNO», el CAPÍTULO XXII, «LA CULTURA EN MANOS DE LA INCULTURA», el CAPÍTULO XXIV, «LAS LEONAS ACORRALADAS EN SU PROPIO CUBIL», el CAPÍTULO XXV, «EL ARRIBISMO CHAQUETERO DE JAIME CHÁIDEZ BONILLA», el CAPÍTULO XXVI, «EL HIJO PUTATIVO DEL PROFE RUBÉN VIZCAÍNO» y el CAPÍTULO XXVII, «EL PRO VIZCAÍNO HOMENAJEADO POR LOS FARISEOS».

5.- En cuanto a las esquelas de recomendación del tal Yónatan Curiel, es de causar risa lo que el comemierda del Jaime Cháidez Bonilla, padrotín del suplemento «Identidad», indica al introducir en el articulejo del Soto Ferrel una lambiscona homilía en favor del susodicho poetastro; y sin saber ni un ápice de lo que escribe, lo llama «promesa literaria», atreviéndose, además a soltar otra sandez al decir que el profesor Soto Ferrel «analiza la obra» del Curiel, cuando, a decir verdad, a lo más que llega este pobre infeliz es a perorar una chacota en la que amontona desaguisados de palabrería nebulosa.
Y guachen a qué nivel de orfandad racional sucumbe el megalamiscón del Cháidez: «Los poemas de un joven escritor se confunden con el ruido de motores y los gritos de ofertas ambulantes. El balcón del Antiguo Palacio Municipal, en pleno Centro de Tijuana, se convierte en una opción para presentaciones literarias. Como la de Jhonnatan Curiel (Tijuana, 1986), promesa literaria que hasta el momento ha publicado tres poemarios (Estival, Poemas de Call Center y Crónica de unos zapatos). El profesor Víctor Soto Ferrel, también poeta, analiza la obra de Curiel».

6.- El mito, de acuerdo con Malinowski, no es únicamente una narración de determinadas vivencias primitivas y arcaicas, sino una realidad que se vive.

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