El mérito de los artistas y escritores no está en su
profundidad sino en su finalidad. No intentan ofrecer algo más que no sean
obritas afectadas con lo más rancio, podrido y vetusto que hay en las
academias, escuelas de arte y talleres de literatura. En cuanto a los que se
jactan de ser escritores, su actividad letrera es pura pedorrera, miserias
escriturales revelan en sus textos raquíticos y superficiales. Por ejemplo, las
poetas, en su mayoría, son unas bobas de notoria incultura, paridoras de
vacuidades, más preocupadas por el glamur sempiterno que por el talento y la
creatividad. Niñitas pequeñoburguesas que viven —y malviven— perdidamente
enamoradas de la holganza parasitaria y son adictas duras de la banalidad. Y
todavía anuncian que el monte es todo de orégano y que Baja California está rebozando
de literatos y pintores chinguetas. Pero lo cierto es que estamos casi en
trance de muerte. La mediocridad intelectual, el protagonismo de diva, el
feminismo aburguesado y la frivolidad cínica, son lacras que tienen a la
pintura y a la literatura al borde del abismo.
¿Eso puede entenderse como arte ambicioso?