convicciones, anhelos, frustraciones, odios, emociones, miedos y angustia



El ser humano requiere de un discurso como expresión de su conciencia, es decir, de un lenguaje que nos traiciona y se vuelve cómplice de nuestros enemigos. El lenguaje, siendo lo más íntimo y cercano a nosotros, al ser expresado nos abandona y transformado en discurso ya no nos pertenece. Nuestras palabras son la mejor arma que un enemigo puede usar en contra de nosotros. Nos damos a conocer por medio de la palabra, lo que permite saber de cuál patea cojeamos; medir fuerza y temperamento, y prever qué posibilidades existen para un triunfo o una derrota. La palabra siempre guarda un sentido, aun siendo incoherente exige interpretación; es un resultado de lo que somos, una dispersión de nuestra existencia, es parte de la vida. Las palabras son una huella de nuestras convicciones, anhelos, frustraciones, odios, emociones, miedos y angustias. Revelan los secretos más recónditos. La única manera de evadirse de ellas es a través de la muerte, pero esa ruptura de nada sirve porque ellas se quedan y nosotros nos vamos.

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